Con dos vías ferroviarias en el centro y tres carriles de circulación a cada lado, el puente está diseñado con dos cables gemelos tensados entre dos torres de 400 metros de altura, con un tramo suspendido de 3 mil 300 metros, lo que constituye un récord mundial. Previsto para completarse hacia 2032, el gobierno afirma que se trata de una hazaña técnica, capaz de resistir fuertes vientos y terremotos en una región situada en la intersección de dos placas tectónicas.
El gobierno espera que aporte crecimiento económico y empleo a dos regiones pobres de Italia, Sicilia y Calabria. Salvini prometió que el proyecto generará decenas de miles de empleos. Sin embargo, el proyecto suscita protestas locales debido a su impacto ambiental y su coste, ya que los críticos sostienen que ese dinero podría utilizarse mejor en otras áreas. Algunos detractores también creen que nunca se llevará a cabo, recordando la larga historia de obras públicas en Italia que fueron anunciadas, financiadas y nunca terminadas.
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El propio puente tuvo varios comienzos fallidos, y los primeros planes se elaboraron hace más de 50 años. Eurolink, un consorcio liderado por el grupo italiano Webuild, ganó la licitación en 2006, pero esta fue cancelada tras la crisis de la deuda en la zona euro. No obstante el consorcio sigue siendo el contratista del proyecto relanzado. Esta vez Roma tiene una motivación adicional para seguir adelante, ya que clasificó el coste del puente como un gasto de defensa.
Italia, endeudada, aceptó —junto con otros aliados de la OTAN— aumentar masivamente su gasto en defensa hasta el 5 % del PIB, a petición del presidente estadunidense Donald Trump. De ese porcentaje, 1.5 % puede destinarse a ámbitos «relacionados con la defensa», como la ciberseguridad e infraestructuras, e Italia espera que el puente de Mesina sea elegible, sobre todo porque Sicilia alberga una base de la OTAN.