Pongamos todo en perspectiva // Carlos Villalobos
Breakneck, el nuevo libro de Dan Wang, es un libro que estoy siguiendo ya que viene encendiendo debates, la idea central del autor repite una y otra vez que el mundo se puede explicar a partir de la disputa entre ingenieros y abogados.
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China, nos dice Wang, es un “Estado de ingenieros” y no es casualidad que Xi Jinping, Hu Jintao y Jiang Zemin compartan la formación en ramas de la ingeniería. De acuerdo con el autor canadiense no es casualidad que el pragmatismo, la velocidad y la eficiencia sean parte del sello con el que se construyen trenes bala, ciudades enteras, infraestructura digital y hasta políticas públicas que en cuestión de meses transforman la vida de cientos de millones de personas.
Estados Unidos, en la otra esquina, es un país de abogados y es que la mitad de su Congreso tiene un título en derecho, y eso permea todo, desde leyes, contrapesos, burocracia, litigio eterno. En la tierra de las “libertades” paradójicamente la lógica es bloquear, revisar, discutir, frenar. Una obra pública puede tomar décadas, y la velocidad se sacrifica en nombre de la norma. Wang plantea que esta no es una discusión nueva, yo mismo como estudiante de ciencias sociales, en sin fin de ocasiones, con amigos a altas horas de la noche discutí sin cesar, y sin ganar obviamente, ese punto.
En la eterna discusión de las ingenierías versus las ciencias sociales, la tensión entre ciencias duras y ciencias sociales siempre ha existido, pero su forma de ponerlo en la balanza es clara porque los ingenieros construyen, mientras los abogados detienen y ambos, en exceso, generan monstruos.
China muestra lo que ocurre cuando el pragmatismo técnico avanza sin suficiente consideración por los derechos humanos. Lo vimos con la política del hijo único y lo sentimos en la manera en que el Partido Comunista decide y ejecuta sin demasiado margen de disidencia. Un país que puede alzar un hospital en diez días, pero también justificar la vigilancia masiva de millones de personas como si fueran solo datos dentro de una gran hoja de cálculo.
Estados Unidos, en cambio, representa lo opuesto, el imperio del litigio y las cortes. Cada avance pasa por comités, apelaciones y procesos que se dilatan hasta el absurdo. Una democracia obsesionada con sus propios candados, donde todo puede ser bloqueado, incluso lo que podría mejorar la vida de la gente, es el triunfo de la forma sobre el fondo, del procedimiento sobre la acción.
Wang, con toda su mirada híbrida de canadiense y descendiente de migrantes chinos, no cae en la caricatura, porque el mismo insiste en que no se trata de decidir quién “gana” entre ingenieros o abogados, como alguna vez habré discutido, más bien se trata de aprender. China necesita pluralismo, necesita entender que la velocidad no es excusa para aplastar libertades, mientras que Estados Unidos necesita recuperar la capacidad de construir, de soñar en grande y materializar esos sueños en concreto, acero o energía renovable.
Pienso en esto desde México, un país que a veces se queda a medio camino entre ambas lógicas. Por un lado, una burocracia que parece diseñada para inmovilizar cualquier iniciativa, ante el tremendo miedo por la fallida operación de este en muchas ocasiones. Por otro, una obsesión tecnocrática que en el pasado creyó que los números y las fórmulas bastaban para resolver desigualdades históricas, siendo que hoy afortunadamente ese mito ha sido desmontado, solo hace falta ver con la disminución significativa de la pobreza registrada hace poco.
Justo aquí está lo más interesante de la propuesta de Wang, la necesidad de equilibrio, porque sí, podemos admirar la velocidad de China para construir infraestructura, pero también debemos mirar con cuidado las heridas sociales que ese mismo pragmatismo ha dejado. Pero en el otro frente, podemos valorar los contrapesos legales en Estados Unidos, pero sin ignorar que demasiadas veces se convierten en obstáculos que perpetúan la desigualdad y la parálisis.
Tal vez la discusión no es solo entre ingenieros y abogados, sino entre la tentación de reducir el mundo a la eficiencia o a la norma, como religión y a raja tabla. En el fondo, se trata de recordarnos que ningún extremo garantiza humanidad.
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