El conservadurismo, entendido como la preferencia por mantener estructuras tradicionales y resistir cambios sociales acelerados, no siempre equivale a autoritarismo. Sin embargo, en la práctica, muchos de los países con menor grado de libertades políticas y civiles figuran también como los más conservadores.
En este análisis se cruzan indicadores cuantitativos y ejemplos recientes para comprender tanto los extremos autoritarios como los giros conservadores en democracias modernas.
Te puede interesar: ‘Es la primera vez que trabaja este imbécil’: Francisco Zea se vuelve viral por sus críticas a Fofo Márquez
Las metodologías para medir conservadurismo varían, pero algunas fuentes son clave.
El Índice de Democracia Liberal (LDI) de V-Dem de 2023 colocó a países como Corea del Norte, Eritrea, Myanmar, Afganistán, Nicaragua, China, Tayikistán, Bielorrusia, Turkmenistán y Sudán entre los menos democráticos y más conservadores.
El State of World Liberty Index 2025, que evalúa libertades individuales y económicas, señaló a Arabia Saudita como el país más conservador, mientras que Argentina fue el más progresista.
Por su parte, el reporte Freedom in the World 2025 de Freedom House identificó a Afganistán, Bielorrusia y Nicaragua entre los países con menor puntuación en libertades políticas y civiles.
El cruce de estos datos coincide en varios puntos: los países más conservadores son, en su mayoría, autoritarios, con fuertes controles sobre la vida social y política.
Así, Corea del Norte se mantiene como el caso más extremo, con un régimen cerrado y vertical.
Eritrea y Myanmar también figuran entre los más restrictivos, al igual que Afganistán, donde la imposición de normas religiosas limita las libertades de mujeres y minorías. Nicaragua, gobernada por Daniel Ortega, combina un discurso revolucionario con políticas fuertemente restrictivas y un sistema político controlado.
China, aunque con un modelo económico abierto en ciertos sectores, conserva un férreo control político del Partido Comunista, lo que lo convierte en un caso emblemático de conservadurismo político. Bielorrusia y Turkmenistán son ejemplos de autoritarismo heredado del modelo soviético, mientras que Sudán, con sus conflictos internos, refleja un sistema marcado por la represión.
Un caso particular es Arabia Saudita, país que lidera el ranking del State of World Liberty Index como el más conservador del mundo. Allí, la monarquía combina reformas económicas con un sistema social fuertemente regido por valores religiosos y restricciones en derechos humanos.
Aunque en los últimos años ha habido ciertas aperturas, el reino se mantiene como un ejemplo de conservadurismo estructural.
El análisis no se limita a países autoritarios. En democracias avanzadas también se observa un auge de partidos y líderes conservadores.
En Alemania, el partido AfD ha consolidado cerca del 20 por ciento de apoyo popular, mientras que la CDU/CSU, bajo el liderazgo de Friedrich Merz, prepara un gobierno de corte más tradicional.
En Francia, el National Rally de Marine Le Pen encabeza encuestas con un discurso anti-inmigración y euroescéptico. En Reino Unido, Reform UK ha capitalizado el descontento ciudadano tras la crisis económica, impulsando un discurso conservador.
En Italia, la primera ministra Giorgia Meloni continúa reforzando una agenda nacionalista y conservadora, aunque mantiene un delicado equilibrio con la Unión Europea.
En Polonia, Karol Nawrocki, vinculado al partido Ley y Justicia (PiS), impulsa políticas conservadoras que afectan tanto a la política interior como a las relaciones con Europa.
Estos casos muestran que, incluso en democracias consolidadas, el conservadurismo gana terreno como respuesta a la globalización, las crisis migratorias y la percepción de pérdida de valores tradicionales.
Un fenómeno particular es el de Rusia, que en 2025 lanzó una visa “anti-woke” para atraer a conservadores occidentales descontentos con políticas liberales en sus países.
La propuesta refuerza la imagen de Rusia como un “refugio” para quienes buscan un marco más tradicional en cuestiones familiares y sociales. Este movimiento, más que económico, tiene un claro componente ideológico y de soft power.