Nathan Daniel tiene 9 años y sueña con ser Policía de Investigación (PDI) para encontrar al responsable del asesinato de su mamá. Aitana, su hermana de sólo 5 años, quiere entrevistar a las familias que perdieron a una madre o una hija víctima de feminicidio para escribir sus historias y hacer justicia.
El 24 de agosto de 2020, en plena pandemia, ambos quedaron huérfanos luego de que su mamá, Karla Verónica Machuca -de 23 años-, desapareció un día y al siguiente su cuerpo fue encontrado en una barranca cerca de su casa, en la Colonia San Miguel Ajusco, Tlalpan.
El padre desapareció apenas fue hallado el cuerpo y los niños viven ahora con Eustorgia, su abuela materna.
«No les pudimos ocultar nada. Aitana sabe que algo le hicieron a su mamá y Nathan es muy inteligente, sabe lo que ocurrió y él también pide justicia», relata Eustorgia.
Tras el crimen, no querían volver a la escuela. Poco a poco retomaron sus actividades y ahora tienen calificaciones sobresalientes. Aitana fue becada, lo que además de orgullo, fue un respiro para la abuela, quien se hace cargo de todos los gastos.
Cada vez que Nathan ve en la televisión algún caso de feminicidio se inquieta, sobre todo si éste fue resuelto. Pregunta por qué el de su mamá no está en las noticias, por qué nadie habla de ella e, invariablemente, remata cuestionando quién la golpeó y dejó en la barranca.
«Es muy despierto, no piensa como un niño. Ve en la tele que ya agarraron a alguien y me pregunta por qué no hacen lo mismo con el de su mamá», lamenta la mamá de Karla.
Ante la ley, los niños y adolescentes que pierden a su madre por feminicidio son considerados «víctimas indirectas». Las organizaciones civiles los llaman «huérfanos del feminicidio». Las abuelas y abuelos, suelen nombrarlos hijos… como Eustorgia.
‘Ha Crecido’
Frida Guerrera es acompañante de familias de la Ciudad y del Estado de México que perdieron a mujeres por asesinatos de género. Aunque lleva muchos años como activista, apenas en 2017 atendió el primer caso de orfandad y, desde entonces, no ha parado de encontrar más.
«Acompaño a más de 200 familias y un poco más de la mitad de estas cuentan con pequeñitos huérfanos. Ha crecido el tema», expresa.
Entre todos los registros de la red de Frida suman alrededor de 200 niños afectados sólo en el Valle de México, pues hay víctimas que dejaron a más de un hijo y casi siempre es la red familiar quien los arropa.
Era el caso de Sebastián y Nataly, de 8 y 12 años, respectivamente. Su madre, entonces de 28 años, fue asesinada el 7 de octubre del 2018 el Nezahualcóyotl, por lo que quedaron a cargo de su abuela, quien falleció hace medio año. Hoy viven en un albergue del DIF mexiquense.
Josefina tuvo que poner un puesto de antojitos en la calle para cubrir los gastos, por eso tenía miedo de atenderse una hernia y complicaciones por diabetes. Operarse, además de costoso, significaría dejar de trabajar. Cuando lo hizo ya era muy tarde y los hermanos se quedaron solos.
El papá es el principal sospechoso del feminicidio y está prófugo.
Frida visita a Sebastián y Nataly cada quince días. Ha sido uno de los acompañamientos más complicados a los que se ha enfrentado, pues cruza la orfandad con impunidad y las complicaciones a adultos mayores que vuelven a ser padres en un momento en que su edad y salud pueden no ser las óptimas. «Todo mundo grita, todo mundo pega, todo mundo protesta por los feminicidios y está bien, porque es lo justo, pero al final nadie ve a los niños, nadie los escucha y son los que más sufren en estas historias», insiste.