“Sabrán mi vida por mi muerte”, escribe Gilberto Owen. Acostumbrémonos a vivir sin el regalo inesperado del triunfo. Descarriémonos como si el gozo sensual e intelectual fuera lo único que importara.
No seamos una geometría de espinas en espera del aplauso sino la llegada del mar a nuestras orillas, la invención del amor desnudo en la cama, el íntimo placer de los alimentos terrestres, la abolición del aburrimiento para dedicarnos a usar palabra, piel, cielo, ganas, corazón, sabiduría, baile, canto, gula, apapacho, y ser una forma plácida y alegre de la vida que no premia y huye.