Corrió la versión de que habían secuestrado durante horas a un hijo de Xóchitl Gálvez y que, por tal, ella se había adelantado a reconocer su derrota en las urnas. La especie no ha sido confirmada oficialmente.
Pero si esta tuviese carácter de veracidad, ello explicaría el por qué, tras la liberación del joven, la candidata opositora al oficialismo mudó intempestivamente su posición de vencida y publicó un video en el que llama al recuento de votos. No se da por derrotada, pues.
Simultáneamente, los dirigentes del PAN, PRI y PRD la secundaron, exigiendo que en el conteo de actas celebrado ayer se abrieran el 67 por ciento de las casillas y volvieran a sumarse los sufragios que recibieron cada uno de los tres candidatos presidenciales. El INE aceptó las peticiones, como lo ha hecho en anteriores comicios.
Gálvez, Cortés, Moreno y Zambrano ejercieron su sacrosanto derecho de pataleo.
Pero en la elección presidencial tal derecho se ve infructuoso. La diferencia de votos entre una y otra candidata es abismal.
Donde sí podrían existir cambios es en la conformación de las Cámaras del Congreso de la Unión.
Y no sólo por el recuento de votos, sobre todo por las presiones que han ejercido en los últimos días los inversionistas internacionales y nacionales, temerosos de los cambios radicales que podrían imprimir a la Constitución y a las leyes las mayorías legislativas de Morena.
Al fin y al cabo, esos son los votos que no se cuentan. Son los que pesan.
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El coronel Florentino Robles dejó de hablar con Javier García Paniagua, cuando éste aceptó ser el intendente policiaco de la capital del país.
No aceptaba el coronel que su “hermano”, como ambos se llamaban, hubiera aceptado una chamba de cuico, luego de haber sido senador, secretario del despacho presidencial en dos ocasiones, precandidato a la Presidencia de la República y dirigente nacional del PRI. En todos esos cargos Florentino acompañó a Javier con lealtad y cariño filial.
Pese a haberse roto la hermandad, Robles aceptaba que Javier había desempeñado un papel decoroso al frente de la Dirección General de Policía y Tránsito de lo que entonces era el DDF.
Omar García Harfuch es el menor de los hijos de Javier. Su desempeño en la misma dependencia durante el gobierno capitalino de Claudia Sheinbaum no fue tan decoroso como el de su padre. No obstante, hoy lo perfilan para ocupar un cargo similar en el próximo gabinete presidencial, no obstante las amenazas que penden sobre él de parte de alguno de los varios grupos del crimen organizado.
¿Por qué las amenazas, el atentado?
Tal vez porque en él aplica la filosofía popular conocida como la de Camelia la Texana: “… la traición y el contrabando son cosas incompartidas”.
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¿Tendrá temor de perder su virilidad el líder de los trabajadores del Infonavit, Rafael Riva? ¿Tan frágil la considera?
Hace dos días este personaje de la siempre bien nutrida picaresca sindical encabezó una protesta homofóbica en la que se destrozó una bandera del orgullo LGBTQ+ que las autoridades del Instituto habían izado con motivo del mes del Orgullo que se celebra todos los meses de junio.
¡Cuidado señor Riva! En sentido estricto, una fobia es el temor irracional. En el caso de la homofobia incluye el odio, el señalamiento del homosexual como contrario, inferior o anormal, pero también temor.
La homofobia es fascista. Se le relaciona con otros tipos de intolerancia,
como son el racismo, la xenofobia y el antisemitismo, entre otros.
La homofobia, como las demás variantes del fascismo, prepara siempre las condiciones del exterminio. Pasiva o activamente crea y consolida un marco de referencias agresivo contra los gays y las lesbianas, identificándoles como personas peligrosas, viciosas, ridículas, anormales y enfermas, marcándoles con un estigma específico que es el cimiento para las acciones de violencia política.
Los trabajadores del Infonavit tendrían razón si mandan a su dirigente al psiquiatra para que refuerce su virilidad.