Hace exactamente seis años, Andrés Manuel López Obrador encarnaba las frustraciones de todo un pueblo ofendido por la corrupción de la tolucopachucracia encabezada, en ese orden, por Luis Videgaray, Enrique Peña Nieto y Miguel Ángel Osorio Chong, pillos de siete suelas.
AMLO era el depositario no sólo del deseo generalizado de castigar a los corruptos, también de los enormes desequilibrios que habían hecho pedazos al territorio, a la soberanía y la inscripción de México en un nuevo escenario, alejado de la dependencia y de la desubicación, causada por políticos ajenos y divorciados de las grandes masas.
La dignidad nacional sudaba por los poros del tabasqueño. Llegó directo en el momento apropiado, cuando ya no había para dónde hacerse. Era el indicado, una especie de elegido dotado de inspiración cívica, de grandes conocimientos sobre el pasado, el presente y el futuro. Por ahí era, pensábamos todos que no podía ser de otra manera.
Nunca nos imaginamos que todo lo anterior era parte de la famosa y nunca bien comprendida “visión del viajero”. Esos recorridos palmo a palmo por todos los rincones de la geografía nacional habían sido simples puebleadas. Nunca reflejaron alguna solución viable en el programa de gobierno, ausente desde todos puntos de vista del panorama que padecemos.
Nunca se tradujeron en una idea estructurada sobre las soluciones al desarrollo regional desequilibrado, a las causas reales de la pobreza y de la marginación. No formaron parte de una radiografía real del esqueleto, de las cadenas de sometimiento que atan el atraso al ser de carne y hueso. Siempre se trataban de anécdotas de viaje.
Y así fue su paseo por el país. Que si la pancita o menudo de tal lugar, la machaca con huevo, la sazón del caldillo, las chicatanas, los frijoles a la tumbada, las gorditas y los burritos, los tamales o los chilaquiles de doña Isabel o de cualquier comal a orilla de la carretera, los jugos de caña, los trapiches, las aguas frescas en bolsas de plástico para la sed de los jodidos.
Jamás el encadenamiento de los procesos productivos, las fallas estructurales de las regiones, y las interrelaciones entre ellos, las soluciones inmediatas al atraso, las necesidades reales, la jerarquía necesaria del desarrollo en su conjunto, la urgencia de un modelo de crecimiento que privilegiara el fomento y el apoyo a las actividades agropecuarias…
… de cuya producción estamos dependiendo todos, no sólo los políticos, y de cuyo pasmo y abandono en los dislates gubernamentales estamos a punto de la escasez y del tobogán inacabable del nuevo proceso de importación de granos y alimentos básicos para los próximos años del siguiente sexenio de la desesperanza, el del “segundo piso de la corrup…, perdón, de la transformación”.
Vamos sin brújula y sin timón en caída libre
La Cuarta Transformación –o lo que esto sea– suena a tragedia nacional. Jamás nos imaginamos que iba a ser tan pronto. Empezó porque el afán de venganza fue más fuerte que todas las dolencias. La resequedad económica –igual a la provocada por Videgaray en su momento– hizo su aparición disfrazada de austericidio. Dejó a la población en los huesitos.
Si Videgaray causó la sequedad hace seis años por sustraer dos billones presupuestales del circulante, apostando a que a la llegada de las inversiones petroleras de las reformas estructurales iban a ser estorbadas por los dineros nacionales, la realidad se descubrió en los paraísos fiscales que escogió para guardar las maletas en espera de su frustrada campaña presidencial.
La resequedad económica de hoy es sin duda más grave. El haber arremetido contra las construcciones programadas por quienes AMLO llama neoliberales dejó a la economía sin circulante. Todas las construcciones, no sólo la del mega aeropuerto de Texcoco. No hay albañiles en las calles, ni dinero en los bolsillos de nadie que no sea un potentado o un favorecido del régimen.
No hay empleo, no hay medicamentos, no hay transporte público digno y eficiente, no hay alimentos, no hay poder adquisitivo para comprar lo indispensable, no hay seguridad, no hay salida. Y tal parece que la sequedad llegó para quedarse. Quisiera equivocarme, pero los datos duros lo comprueban.
Porque cuando un país se mete al torbellino de la importación de alimentos, no hay santo que lo pare. Pierde la dirección, los frenos y el destino. Vamos en un tobogán de infantes. Sin brújula ni timón.
Aventureros y sedientos de dinero y de poder
Los planteamientos del presupuesto reflejan la falta de idea sobre una administración, sobre un régimen, sobre un gobierno y sobre el Estado en su conjunto. Es muy importante ver sus claras manifestaciones que sólo no ve el que no quiera verlas. La tragedia avanza.
Así, a un sistema que le falta orientación, AMLO quiso suplirlas con una feria de ocurrencias, ñoños procesos punitivos fallidos, culpas al pasado reciente, programas insulsos improductivos y onerosos que jalan la cobija para todos lados, y que no alcanza ni siquiera para soportar un régimen que sólo piensa en ganar las próximas elecciones, pero no en las generaciones.
Lo malo es que, siendo Morena un adalid de los movimientos contestatarios de las últimas décadas de lucha por las libertades civiles y democráticas del país, está manchando todas las reivindicaciones que nos propusimos desde hace más de cincuenta años. Pareciera que México cayó en manos de irresponsables, aventureros y sedientos de dinero y de poder.
Vísperas del proceso electoral federal para renovar la Presidencia de la República, el Congreso de la Unión, nueve gubernaturas y casi 20 mil cargos de representación popular vemos que ha triunfado la visión del viajero que sólo comía gordas y caldos grasosos a la orilla de los caminos sobre el análisis serio de las causas estructurales de la pobreza, de la salud pública, de la justicia social.
En sólo seis años pasamos de la esperanza a la desesperación.
Indicios
La utilización de la fuerza del Estado contra los adversarios políticos de AMLO –incluso en contra de sus críticos, a quienes enfermizamente él convierte en enemigos– es sencillamente escandalosa. Echa por tierra todos y cada una de las palabras que vierte en sus matinés electoreras-cómico-musicales en las que presume –pero no asume– el Estado de Derecho. Tales conductas vengativas de López Obrador son producto de sus no pocos resentimientos. Ya se lo he comentado aquí algunas veces. Que Nietzsche decía que, si un resentido llega al poder, implementará políticas de resentimiento y buscará venganzas. Mas si llega un político con más cordura, con más tranquilidad, será un político mucho más productivo, prudente, generoso, con mayor capacidad de contener sus propias emociones, más calculador, más exitoso. Mucho del fracaso de AMLO se localiza en sus sentimientos y emociones, evidentemente distorsionados y que no quiere reconocer, pues está en la difícil y ya muy larga etapa de la negación de su visceralidad que todo mundo –literal, todo el mundo– observa y muchos sufren en nuestro país, ¿o no? * Aprecio que usted haya leído hasta aquí, y le deseo, como siempre, ¡buenas gracias y muchos, muchos días!