Yolanda Bedregal de Cólitzer, poeta y novelista nacida el 21 de septiembre de 1913 en La Paz, Bolivia, donde murió el 21 de mayo de 1999.
Autora de los poemarios Poemar (1937), Ecos (1940), Almadía (1942), Nadir (1950), Del mar y la ceniza (1957) y Convocatorias (1994).
A continuación cuatro poemas suyos:
REBELIÓN
Miraba yo la pampa inmensa soñando con el mar.
Miraba yo la pampa tensa, tan alta, tan serena,
tocando con el cielo su frente de cristal,
un acorde de grises y violetas su manto.
¡Qué altura en la belleza!
¡Qué belleza en la altura!
¡Qué majestad estática en el día altiplánico!
De pronto un niño llora.
Entre la paja brava, con su ponchito viejo
llora un niño. ¿Por qué?
Quién sabe…
El indio aymara lleva el grito en su raza
y su clamor innato
desgarra la serena nobleza del paisaje.
Un niño. Un llanto humano es una herida abierta
que ensangrienta este mundo.
Tiemblan y se estremecen los monolitos míticos
se rompen y entreveran los caminos de paz.
Hay maldad en la tierra.
Arde lo que era hielo.
Las palabras suaves se crispan en los puños
desafiando al relámpago.
Corro sobre la pampa desaforadamente;
me quema el corazón como una brasa.
Hay maldad en la tierra, hay injusticia.
Quizá más lejos halle la bandera que busco.
Quiero la gleba abierta con sus labios de surcos
como un libro de música.
Quiero que se calme este llanto de niño
que es el llanto del mundo.
(En Almadía [1942])
REBELDE AMOR
Madre, con siete garfios nos estruja la vida.
Cuchillos en los dedos y hielo en las pupilas.
Por eso es tan amargo cantar el canto amado,
si hay cruz en la garganta, taladros en la voz.
Quiero sentirme dulce envuelta con tu nombre.
Quiero no ser tormenta si no sorbo de agua.
Quiero domar mis sueños con la cinta de un verso.
Quiero aplacar los miedos invocando tu fe.
Pero no puedo, madre; soy más débil que eso,
soy talvez más rebelde, pero no puedo, madre.
Antes la angustia abría mi boca en un suspiro;
ahora el dolor lo frena en un lento sollozo.
Yo era dulce y paciente como brote en la rama.
Ahora soy la cresta de una ola que se encrespa
sujeta a las mareas y al imán de los astros;
sólo me pertenezco en cimas y en abismos.
Tengo miedo decírmelo, pero talvez, rompiendo
tus márgenes, partí: núcleo libre y maduro
hacia piélago oscuro en la noche lunada,
punta de flecha ansiosa, al nido de tus brazos.
pidiéndote una conciliadora bienvenida.
¿Cómo enjugar lograra los pozos de tus ojos?
Tu dolor me alimenta. Yo, de dolor te nutro.
Debería morirme para que estés contenta.
Mi vida te lastima; no sé colmar tus moldes.
Te hacen doler mi llanto, mis besos, mis anhelos.
Y hasta mis alegrías, para ti son dolor.
Debería morirme para que estés serena.
Pero amo esta mi vida de espíritu y arcilla.
La amo porque, amándola, te estoy amando a ti.
Tu vida en mí se aferra porque no ha de seguir.
Pese a dolor y dicha y a tu propio sufrir,
chupando al mundo todo su brillo y su dolor,
quiero yo ser el último lucero de tu sangre.
Mis padres y mis hijos están dentro de mí.
Soy redondo universo que se termina en mí
formado en tus entrañas por el verbo de amor.
¡Debiera ser gloriosa mi vida para ti!
Si pudieras sentirme tal como soy, sabrías.
Pero te pone venda el polvo de las cosas.
Si en la urna de tu seno miraba con tus ojos,
¿cómo quieres ahora mirar tú con los míos?
Cuántas veces escruto en mis horas más íntimas
si podría, gota a gota, desvivir sangre y alma
y estar en ti de nuevo como antes de nacer.
Me abrasa la ternura cuando te veo triste
por culpa de mi vida, oh, madre, madre amada.
Si regresar no puedo hasta la entraña tuya,
quiero vivir hasta la última gota el sollozo.
¡Esta vida bifronte!: Un signo de infinito.
La sangre cae y sube y quiere eternizarse
pero le digo ¡No! Por mí lloró mi madre.
Ahora mis hijos mueran en mí sin existir.
Soy un mundo final.
Mis padres y mis hijos están dentro de mí.
En órbita ancha y libre, mi sino volverá
-como todas las cosas- a la mano de Dios.
Esta es mi ofrenda, madre, para expiar tus penas.
Es difícil cantar el canto más amado.
Cierro los ojos para soñar mis muertes.
Mato mis sueños y bendigo tu nombre.
(En Nadir [1950])
VOY A CANTARME
Voy a cantarme desanudando la canción
hasta la primera nebulosa
que fue la ignota almohada
de un impreciso sueño
en la cuna del inhóspito edén.
Voy a desvestirme de todas las texturas
Para buscar la nada mil veces milenaria
donde tuvo su origen la chispa del mirar.
Quiero sentarme como una momia incaica
en la altura más honda de los montes invertidos.
Talaré el bosque tupido y negro de mis cabellos
desde sus bíblicas raíces;
cada imperceptible vello de mi cuerpo
crujirá en su caída.
Cada alvéolo vacío
remedará calavera del mundo.
De la sien excavada me goteará la sangre
hasta dejarme transparente,
reflejada en el charco de la linfa.
De los ojos se irá vaciando a mis manos
el árbol de experiencia acumulada.
Mi lengua será látigo cansado,
mis oídos, conchas solitarias
resonando un sollozo impar, sin eco, seco.
Todo el follaje del recuerdo
deberá cremarse en el enrejado columbario.
Yo necesito retornar para encontrarme
sin él, sin ella, sin yo,
más allá del orgasmo y la agonía.
Antes de aniquilarme, ya tropiezo en la voz;
me detengo en el plasma virginal del no ser
y me pierdo, me pierdo…
Necesito el instinto y la furia,
la garra y el anatema;
necesito librarme del rescate del lloro,
derribar el muro del no sé.
De qué me sirve estar en nada,
en la muerte en potencia,
en la vida menguada.
Pude haber sido alga o cascajo, o almeja,
y estoy aquí de Cristo reventando milagros.
Pero yo quiero regresar,
cavar hasta topar la aurora,
rajar las fibras hasta hallar el calor,
¡desnacer todo a todo!,
descascararme al germen mismo,
buscar el dónde y el por qué.
Y no puedo cantarme
si no aprehendo la pauta del Silencio,
si no puedo asirme del abismo;
necesito retornar, desnacer para cantarme,
necesito morir para cantarme.
(Y este humilde charango en las costillas
que desafina tanto …)
No hay regreso, no me puedo cantar en esta noche;
será mañana en polvo, será cuando sea tarde.
Yolanda pequeña, ¡no hay regreso!
No te puedes cantar.
(En Nadir [1950])
VIII
TANTAS VECES MORÍ
del lamido del tiempo
que repta sus anillos
de serpiente en redondo
Morí de mordedura
de diminutos dientes sin sosiego
en el tic – tac de los relojes
Morí de las edades
presentes y geológicas
al hachazo del silex
al cincel en el mármol
en las teclas de la computadora
Morí ahogada en
eufrates ganges jordanes amazonas
que impávidos escarban
la tumba de los dioses
Morí en el vuelo
de aves migratorias que abandonan
planetas apagados
Morí entre los misterios
de runas pirámides monolitos esfinges
en girasoles blancos de las noches polares
en los rojos veranos del desierto
Morí en escalas sucesivas
de Amor
de Sed
de Hartazgo
De cada muerte arrastro
estigmas y laureles
No acabo nunca de morir
La víbora se empina
me clava la mirada
y en el rubí de su ojo
fulgura
amonestándome
mi ansia de eternidad
mi límite en el Todo
mi nostalgia de Dios
(En Convocatorias [1994])