Roberto Juarroz, nacido el 5 de octubre de 1925, en Buenos Aires, Argentina; muerto el 31 de marzo de 1995 en Temperley, Buenos Aires. Salvo la excepción de Seis poemas sueltos (1960), toda su obra la poética, bajo los distintos sellos editoriales de Ediciones Equis, Aditor, Monte Ávila Ediciones y Ediciones Carlos Lohlé, llevó el título Poesía vertical, cuya primera edición publicó en 1958 y la catorceava, de forma póstuma, en 1997.
A continuación cuatro poemas suyos:
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Los recuerdos saltan desde los ojos
como colores desde la jaula de una luz
que no admite más que el blanco,
se van a picotear las mejillas
de algunas cosas que andan perdidas por el mundo
y retornan, otra vez por los ojos,
a su selva de molicie y respaldos.
Pero hay uno, un recuerdo o tatuaje,
que no quiere pasar de nuevo por los ojos
y se queda dando vueltas como un éxodo mudo,
ojo él mismo, flotando hacia ninguna parte,
memoria que ha abolido el pasado.
¿No llegará la noche, o quizá algo más hondo,
a formarle otro cuerpo, otra privada selva
de minúsculos signos,
donde pueda, sin tiempo, su alucinante pérdida
ser un sitio ya inmóvil entre manos amantes?
(En Segunda poesía vertical [1963])
3
Hay mensajes cuyo destino es la pérdida,
palabras anteriores o posteriores a su destinatario,
imágenes que saltan del otro lado de la visión,
signos que apuntan más arriba o más abajo de su blanco,
señales sin código,
mensajes envueltos por otros mensajes,
gestos que chocan contra la pared,
un perfume que retrocede sin volver a encontrar su origen,
una música que se vuelca sobre sí misma
como un caracol definitivamente abandonado.
Pero toda pérdida es el pretexto de un hallazgo.
Los mensajes perdidos
inventan siempre a quien debe encontrarlos.
(En Sexta poesía vertical [1975])
81
Cada mañana resulta más difícil
reincorporarse al mundo,
convalidar sus fuentes de sequía,
reinstalarse en la histeria de sus ruidos,
conectar entre sí los colores
volver a los abrevaderos de palabras,
reconocer los páramos de historia.
Cada vez es más duro
transar con la hipoteca
de vivir esta fábula
perdida entre los astros,
carcomiendo el misterio
de sentir que podíamos
haber sido otra cosa.
Cada día resulta más costoso
recomenzar el día,
a pesar de los crípticos reajustes
con las intimidades de lo que no es el hombre:
los silencios como islas en la luz,
las savias que imaginan nuevos mundos,
los reflejos que consuelan a las grietas,
la nervadura de un pájaro que pasa
sin ir, sin pasar, apenas siendo un pájaro.
Y así ha crecido la sospecha:
lo imposible ya casi no soporta a lo posible.
(En Séptima poesía vertical [1982])
3
Celebrar lo que no existe.
¿Hay otro camino para celebrar lo que existe?
Celebrar lo imposible.
¿Hay otro modo de celebrar lo posible?
Celebrar el silencio.
¿Hay otra manera de celebrar la palabra?
Celebrar la soledad.
¿Hay otra vía para celebrar el amor?
Celebrar el revés.
¿Hay otra forma de celebrar el derecho?
Celebrar lo que muere.
¿Hay otra senda para celebrar lo que vive?
El poema es siempre celebración
porque es siempre el extremo
de la intensidad de un pedazo del mundo,
su espalda de fervor restituido,
su puño de desenvarado entusiasmo,
su más justa pronunciación, la más firme,
como si estuviera floreciendo la voz.
El poema es siempre celebración,
aunque en sus bordes se refleje el infierno,
aunque el tiempo se crispe como un órgano herido,
aunque el funambulesco histrión que empuja las palabras
desbande sus volteretas y sus guiños.
Nada puede ocultar a lo infinito.
Su gesto es más amplio que la historia,
su paso es más largo que la vida.
(En Novena poesía vertical [1987])