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La cumbre climática COP30, que se celebra en Belém, Brasil, se ha vuelto un punto de fuerte tensión entre los países. En el borrador más reciente que presentó Brasil no aparece ningún plan concreto para dejar de usar combustibles fósiles, lo que provocó la oposición de más de 30 naciones. Estas potencias petroleras consideran que pedir un abandono del petróleo y el gas podría afectar gravemente su economía.
Por su parte, varios países europeos y otros aliados del medioambiente exigen una hoja de ruta clara para transitar hacia energías limpias, algo que estaba presente en versiones anteriores pero fue eliminado por la presidencia de la COP. Las negociaciones se complican porque hay intereses encontrados muy fuertes: quienes extraen petróleo no quieren comprometerse con límites estrictos, y las naciones más vulnerables exigen justicia climática.
Otro tema polémico es la financiación climática: muchos delegados piden que el dinero para adaptación (ajustarse al cambio climático) se triplique para 2030, pues los países más pobres enfrentan los peores efectos del calentamiento. Pero aún no hay claridad sobre quién pondrá ese dinero ni cómo se repartiría.
Además, algunos países están proponiendo un diálogo nuevo entre comercio y clima, lo cual puede ayudar, pero también genera recelo por las implicaciones políticas y económicas. Brasil no quiere un acuerdo muy radical, sugiere solo algunas revisiones pequeñas, lo que desilusiona a los más ambiciosos.
La división es tan profunda que hay riesgo real de que la COP termine sin un acuerdo fuerte. Esa posibilidad preocupa porque la cumbre estaba pensada para marcar un antes y un después en la cooperación climática internacional.
Brasil ha hecho un llamado a la unidad y ha dicho que este momento es clave para demostrar que los países pueden trabajar juntos por el planeta. Pero para muchos, el borrador actual refleja un retroceso más que un avance.







