«Ha llegado el momento de aceptar

que el crecimiento económico… es bueno».

Bjorn Lomborg Me da gusto ver que el presidente López Obrador y sus voceros celebraron que México registró un crecimiento trimestral de 1 por ciento en el segundo trimestre de 2022. Lo han comparado orgullosos con la contracción de 0.9 por ciento de Estados Unidos. Su entusiasmo sería mayor si supieran que las cifras no son comparables. Las cifras estadounidenses están anualizadas, las nuestras no. Nuestro crecimiento de 1 por ciento se traduciría a 4.1 por ciento si se anualizara como el estadounidense.

 

Parecería que el presidente López Obrador se está dando cuenta de que el crecimiento sí importa. Su gobierno ha multiplicado las ayudas a los pobres, pero la pobreza ha aumentado. Esto lo confirman las cifras del Coneval. Las dádivas gubernamentales son eficaces para comprar votos, pero no construyen riqueza; y sin riqueza, la pobreza no puede disminuir.

No tiene mucho sentido, sin embargo, celebrar que México esté creciendo mientras Estados Unidos se contrae. Tarde o temprano lo que sucede en el mercado estadounidense se contagia al mexicano. El rebote actual de México es producto de que la Unión Americana cayó menos en 2020 que México y su recuperación en 2021 fue más vigorosa. Estados Unidos ya ha recuperado el PIB que perdió en la pandemia, México apenas lo está haciendo.

El FMI reconoció el vigor actual de la economía mexicana al aumentar, el 26 de julio, su previsión de crecimiento para nuestro país en este 2022 de 2 a 2.4 por ciento (aunque la cifra está todavía muy abajo del 4.1 por ciento de los Criterios Generales de Política Económica de Hacienda). Al mismo tiempo, sin embargo, bajó la predicción de 2023 de 2.5 a 1.2 por ciento, principalmente por el debilitamiento de la economía de Estados Unidos. Los economistas del FMI saben que la debilidad de la Unión Americana afectará a México.

México, sin embargo, está tomando medidas que pueden afectarnos todavía más. El Presidente está socavando el Tratado México-Estados Unidos-Canadá, uno de los pocos sustentos reales de nuestra economía, con sus intentos de privilegiar a Pemex y la CFE frente a sus competidores. El canciller Marcelo Ebrard ha tratado de minimizar el peligro; este 1o. de agosto dijo en un video: «El tratado es muy importante para México y el hecho de que tengamos una diferencia con Estados Unidos respecto a un tema no quiere decir que se va a colapsar la relación bilateral o que se va a dejar el tratado».

Pero la «diferencia» no es nimia, sino fundamental. Una de las claves del T-MEC, como de cualquier otro tratado de comercio e inversión, es la igualdad de trato a las empresas nacionales y extranjeras. Si no se da, se pierde el sentido mismo del acuerdo. La «neutralidad competitiva» es, en efecto, un principio fundamental de la política comercial de la Unión Americana. Lo señaló Hillary Clinton el 14 de octubre de 2011 cuando era secretaria de Estado: «Nuestra premisa es simple: las reglas deben aplicarse por igual a todas las compañías. Llamamos a este principio de sentido común neutralidad competitiva y lo promovemos en todo el mundo».

Cuando era dirigente de la izquierda en los años noventa López Obrador se opuso al TLCAN, pero al llegar a la Presidencia entendió su importancia por lo que nombró a un representante en la renegociación que llevó a la firma del T-MEC y ratificó el resultado. Ahora, sin embargo, impulsa políticas que violan el tratado. Ante la inconformidad de Canadá y Estados Unidos, se ha envuelto en la bandera nacional y ha anunciado que dará a conocer su respuesta el 16 de septiembre. Mala señal. Cuando un gobernante se ampara en el nacionalismo es porque se ha quedado sin argumentos.

· PELOSI Es una crisis innecesaria. La visita de Nancy Pelosi a Taiwán no tiene ningún objetivo válido de política exterior. Parece que el único objetivo es provocar a China.

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