Alejandro “Alito” Moreno, líder del PRI y senador, ha iniciado una estrategia pública denunciando al gobierno de Morena como una “narcodictadura terrorista y comunista”, acusaciones que lanzó en medios estadounidenses.
Señala que Morena estaría financiando regímenes autoritarios en Latinoamérica, mencionando al gobierno venezolano de Nicolás Maduro, como parte de esa supuesta red de influencias autoritarias compartidas.
La denuncia provoca respuesta inmediata: la presidenta tacha a Alito de “vendepatrias”, recriminando que recurra a instancias extranjeras para involucrarse en asuntos internos de México.
El clima político se intensifica: la oposición ve esta estrategia como una forma de desacreditar al gobierno, atraer atención internacional y forzar reacciones legales.
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Más aún, se dice que Alito enfrenta procedimientos legales por presunto desvío de fondos durante su tiempo como gobernador de Campeche. Hay una solicitud para retirarle el fuero y poder procesarlo penalmente.
Las acusaciones de Alito alimentan también discursos de polarización: guerra cultural, diferencias ideológicas fuertes con Morena, críticas sobre seguridad, corrupción y derechos humanos.
Este tipo de confrontaciones se reflejan en redes sociales y medios: cada acusación y contraacusación suma visibilidad, tensión pública y desgaste mutuo entre partidos.
La estrategia de Alito recuerda a la de políticos de oposición que buscan amplificar su mensaje fuera del ámbito nacional, con el riesgo de que parezca externalizar el conflicto político.
Entre la gente, el mensaje tiene penetración diversa: algunos lo apoyan como valor moral, otros lo ven como maniobra electoral o distracción ante problemas reales (seguridad, economía, salud).
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