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Antes de recibir el diagnóstico de cáncer de mama, Marcela Campos se hacía cargo de las labores de su casa, entre ellas, pagar el recibo de la luz. Cuando fue diagnosticada, la mujer costarricense seguía teniendo estas obligaciones, era el dinero familiar, pero ella cumplía con el trámite.

Mientras enfermó y en pleno tratamiento, olvidó pagar el recibo.

A la hoy presidenta y directora ejecutiva de la organización Mujeres en Rosa le cortaron el servicio y sus medicinas, que necesitaban estar en refrigeración, se quedaron a temperatura ambiente. Nadie en su familia pagó ese recibo, pese a que ella combatía la enfermedad.

Luego de una cirugía invasiva, que pudo realizarse de manera más adecuada para un mejor estilo de vida para Marcela, se dio cuenta que había omisiones en los tratamientos que debían cambiar.

«Empezamos a ver unas debilidades en el sistema y yo dije, pues alguien tiene que empezar una lucha, verdad. Y esto debe continuar”, relató a Excélsior durante el Seminario Periodístico de Oncología, convocado por la farmacéutica Pfizer en Ciudad de Panamá hace dos semanas.

Campos creó la asociación junto con diez amigas, quienes recibían atención psicológica como acompañamiento a su tratamiento médico.

Desde 2011, Mujeres en Rosa promueve la Detección temprana del cáncer de mama y defiende los derechos de las pacientes de una enfermedad que se diagnosticó a 2.3 millones de mujeres en el mundo durante 2020, según la Organización Mundial de la Salud.

Además, la asociación con sede en Costa Rica acompaña a mujeres que lidian día a día con la enfermedad y carecen de un apoyo o bien, a quienes vivirán sus últimos días con este mal.

Según la Organización Panamericana de la Salud, las Américas representaron casi una cuarta parte de los nuevos casos de cáncer de mama en 2020.

En América Latina y el Caribe, la proporción de mujeres afectadas por la enfermedad antes de los 50 años, con 32%, es mayor que en América del Norte, con 19%.

Cuando la exprofesora escuchó el diagnóstico, en 2010, comenzó una lucha no solo contra la enfermedad, sino también contra sus propios pensamientos.

«Son ideas que una no se las puede quitar de encima. Yo sentí que incluso tenía que hablar con Dios y decirle: ‘Bueno, señor, necesito que usted y yo nos demos la mano y que nos reconciliemos, porque yo no puedo terminar resentida con usted de que mis venas quedaran duras después haber perdido un pecho, de verme en un espejo una noche sin pelo, sin cejas, sin pecho y decir: qué fea Marcela’”, compartió.

Su experiencia la llevó a brindar el acompañamiento que considera necesario dentro del sistema clínico del país centroamericano, como parte del derecho humano a la vida.

Por AL PE

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