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Siempre peleo con los redactores de noticias que usan el término de “civiles armados” en vez de personas armadas, hombres armados, un comando, agresores, delincuentes, etc., porque nada hay menos civil que alguien que porte armas.

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En México solo las Fuerzas Armadas, las policías y quienes tramiten un permiso oficial están autorizados a cargar consigo armas de fuego, pero lo común es que miles de personas traigan armas irregulares, contrabandeadas por Rápido y furioso, o como parte de la operación cotidiana de los cárteles.

Nada hay más alejado de la civilidad que alguien armado. La idea misma del ciudadano es la renuncia explicita a la violencia en favor del Estado, para que este tenga el monopolio del ejercicio de la violencia legítima, como sostenía Max Weber.

Pero nos hemos acostumbrado alas autodefensas y ala presencia de grupos armados que intimidan y extorsionan, lo mismo en Chihuahua que en el Bajío, en Zacatecas, en Sinaloa, en Jalisco y hasta en Chiapas.

Por eso importa el lenguaje, para llamar a las cosas por su nombre. Si son grupos armados o integrantes de los cárteles más vale llamarles así, sobre todo desde las redacciones del centro del país en donde podemos hacerlo.

En otras zonas donde la violencia de los grupos criminales ha sido una constante, en los diarios evitan identificar a los cárteles o mencionar siquiera a la delincuencia organizada. Incluso en las conversaciones sociales se usa el término de “malosos”, para no cometer el error de enemistarse con alguno de los grupos en pugna. Conello se evitan problemas, pero la vez se banaliza el mal, pues “maloso” tiene una connotación de travesura, de disculpar al malo.

No hay sociedad moderna en la que esté ausente la maldad, incluso en sus presentaciones más terribles, como “la banalidad del mal”, de la que hablaba la politóloga alemana Hannah Arendt. Esa banalidad que perdona, disculpa o se vuelve cómplice de la maldad generalizada. Los criminales no siempre suelen ser “monstruos”, o pozos de maldad”, sino que a menudo son burócratas en busca de un ascenso, son operarios dentro de un sistema basado en actos de exterminio.

El psicólogo Philip Zimbardo, autor de El Efecto Lucifer, explica cómo todos somos susceptibles de incurrir en el lado oscuro, por miles de razones, pero también afirma que hay dinámicas de grupo y fuerzas situacionales que conducen a los individuos decentes a convertirse en personas capaces de cometer maldades incomprensibles, lo que ilustra bien el terror que se imparte entre los grupos de sicarios.

Zimbardo es autor del polémico experimento de la prisión de Stanford, donde un grupo de voluntarios es dividido aleatoriamente entre guardias y presos, tras delo cual son recluidos en un ambiente carcelario. En unos cuantos días el grupo estaba dividido entre guardias brutales y prisioneros destruidos moralmente.

ASÍ, la responsabilidad del mal recae de manera colectiva porque no se trata de hallar manzanas podridas ena sociedad y recluirlas, sino de transformar el sistema social que contamina a las personas. Y aunque colectiva, la responsabilidad central recae en quienes perpetúan estructuras que obligan al mal, en gobernantes, dirigentes políticos, líderes religiosos, empresarios y periodistas. Tomemos lo que nos corresponde.

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