La columna
POR CARLOS JARAMILLO VELA
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La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, tiene que desahogar una agenda que aunque le resulte desagradable está obligada a gestionar. La razón de esto se deriva de que dicha agenda contiene algunos de los principales problemas del país que fueron incrementados o, en su caso, originados por la irresponsabilidad de su inmediato antecesor, el expresidente Andrés Manuel López Obrador. El imprudente pero además sospechoso desempeño del exmandatario, ocasionó que alcanzarán niveles extremos algunos de los problemas de inseguridad que ya venía padeciendo nuestro país. Ejemplos de esto son la expansión de la violencia, la ingobernabilidad y el huachicoleo, a raíz del aumento de la actividad delictiva.
El despilfarro de recursos en las obras que parecen estar destinadas al fracaso, como el Aeropuerto Internacional “Felipe Ángeles”, la Refinería “Dos Bocas” y el “Tren Maya”, son otros aspectos incómodos que se han convertido en una especie de grilletes para la presidenta, quien está predestinada a realizar la imposible tarea de convencer a los mexicanos del “beneficio” de estas malas decisiones que significaron y siguen significando gastos excesivos e injustificados hechos por el Gobierno Federal.
Aunque en un país bajo condiciones normales la lógica indicaría que el gobierno actúe por deber e iniciativa propios para combatir la inseguridad, hoy la realidad social y política de México se contrapone a tal premisa. López Obrador fue omiso en el cumplimiento de sus responsabilidades sobre el tema. A diferencia de su mentor, Claudia Sheinbaum ha desplegado acciones considerables en la materia, sin embargo, la mayoría estamos convencidos de que si no existiera la presión del presidente estadounidense, Donald Trump, las cosas seguirían igual o peor que como el camarada Andrés Manuel se las dejó a su discípula.
Incluso, la pasiva indolencia que en el rubro de inseguridad mostró López Obrador al amparo de su autollamada política de “abrazos, no balazos”, generó enormes suspicacias y señalamientos que hasta la fecha persisten, involucrando a sus principales colaboradores y amigos, así como a otros actores políticos emanados de su partido Morena. Por tales razones, la atención al escenario de inseguridad es como una piedra en el zapato para Claudia Sheinbaum, quien si tuviera que decir cuál sería su principal deseo, seguramente pediría que desapareciera de su agenda el compromiso de extinguir la inseguridad, la ingobernabilidad y la violencia.
La presidenta sabe que si actúa cada vez a mayor profundidad y escala contra grupos y personas responsables de la inseguridad en México, podría confrontarse seriamente con su maestro y padrino político. Pero también está convencida de que una disminución en el ritmo y resultados de su política de seguridad nacional haría que su homólogo Donald Trump tome decisiones drásticas, para tener una intervención más amplia y directa en el combate a la inseguridad de México. Trump anhela poder enviar a sus fuerzas para resolver el desorden en nuestro país;
incluso, ha dicho que la problemática de inseguridad tiene petrificadas a las autoridades mexicanas, y que el gobierno de Claudia Sheinbaum no ha hecho lo suficiente. Aunque Sheinbaum no lo quiera, está obligada a restituir el orden y la legalidad a México. La opinión pública nacional y nuestro vecino del norte así se lo están exigiendo.
Pero Sheinbaum también tiene la obligación de continuar mintiéndonos para intentar hacernos creer en la “viabilidad” de las ostentosas e inútiles obras ya citadas, que caracterizaron al sexenio de López Obrador. Tiene que hacerlo porque con ello defiende la honorabilidad de su maestro y guía, quien la hizo candidata y presidenta. Además, es su deber mantener tal postura para intentar frenar el costo político que han significado para su gobierno y para Morena los constantes reclamos y señalamientos hechos por medios de comunicación, analistas y líderes de opinión, ante el dispendio de recursos y casos de corrupción dados en torno a dichas obras.
Si a estos temas agregamos la Reforma al Poder Judicial, que Sheinbaum también tuvo que gestionar a fuerza. Es fácil concluir que la presidenta de México tiene una agenda impuesta. Es una actora política que necesariamente debe ceñirse a un guión predeterminado por las circunstancias que generó la controversial conducta de su antecesor y amigo, Andrés Manuel López Obrador, a quien Claudia le debe todo, incluyendo la obediencia ciega.
carloshjaramillovela@yahoo.com
Miembro de la Asociación de Editorialistas de Chihuahua, A.C
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