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Mientras vecinos alzaban la voz por los ladridos, los olores fétidos y el evidente maltrato animal que se vivía en un criadero clandestino en la colonia Aeropuerto, la Dirección de Protección Animal de Chihuahua, esa flamante oficina que se presume como nueva y funcional, brilló por su inoperancia. Decenas de denuncias y llamados fueron ignorados, dejando que el problema creciera hasta que la Fiscalía y otras instancias federales intervinieran, haciendo el trabajo que Rocío Reza y su equipo debieron haber asumido desde el principio.
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El caso no solo destapa la crueldad contra los animales, sino también deja al descubierto el papel decorativo de una dependencia que, en teoría, existe para prevenir este tipo de escenarios. La omisión de la Dirección de Protección Animal no es un simple descuido: es la confirmación de que la política de simulación sigue viva en Chihuahua, y que la titular Rocío Reza, más preocupada por la imagen que por la acción, ha fallado rotundamente en una de las tareas más básicas: proteger a quienes no tienen voz.
Columna Política – Antojos, política y una ciudad que sí vibra
Este fin de semana, Chihuahua se olvidó un poco del calor y las tensiones políticas para darle paso al sabor, la música y la alegría con la tercera edición del Festival Antojos por Cuulinaria, un evento que no solo reunió a más de 100 expositores gastronómicos, cerveceros y vinícolas, sino que también logró lo que pocos: sacar a los funcionarios locales a caminar entre la gente. Algunos aparecieron con sus asesores, otros solo con gafas oscuras, quizá para despistar, pero ahí estaban. No queda claro si asistieron como ciudadanos curiosos o como parte de una agenda oficial, pero lo cierto es que su presencia no pasó desapercibida entre los montados, los taquitos y los churros.
El festival fue, sin exagerar, una muestra del potencial que tiene Chihuahua cuando se combina lo mejor del talento local con buena organización. Cuatro escenarios vibraron al ritmo de 32 artistas, entre DJs, cantantes y agrupaciones que le pusieron sabor a la noche. Y mientras las familias disfrutaban de sushi, dumplings, barbacoa y nieve artesanal, la ciudad lucía viva, moderna y participativa. Además, no fue solo un festín para los sentidos, sino también un buen negocio para la administración municipal, que cobró cerca de 8 mil pesos por cada pequeño puesto, generando una entrada nada despreciable para las arcas municipales. Un ejemplo de cómo la cultura, bien gestionada, puede ser también una fuente de ingresos y desarrollo para la ciudad.
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