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Giuseppe Ungaretti, poeta italiano vinculado al movimiento del hermetismo. Nació el 8 de febrero de 1888 en Alejandría, Egipto, y murió el 1 de junio de 1970 en Milán, Italia. Su participación en la Primera Guerra Mundial despertó en él la inquietud por la fragilidad de la condición humana, con sus dolores y esperanzas, con sus sinrazones y con la imperiosa necesidad de asirse a un algo —la religiosidad, la naturaleza— para encontrarle sentido a la vida, para sobrellevar las tragedias de ese siglo catastrófico, temas que abordaría en la totalidad de su obra, la que, y con razón, lleva por título Vida de un hombre.

Autor de dieciséis poemarios, de entre los que destacan L’allegria (1931), Sentimiento del tempo (1933), La guerra (1947), Il dolore (1946) y La terra promessa (1950). En español recomendamos las ediciones de Vida de un hombre, editada por Igitur, Sentimiento del tiempo y La tierra prometida, edición bilingüe de Tomás Segovia publicada por Galaxia Gutenberg, y Sentimiento del tiempo, con versión y prólogo del mismo Segovia y publicada por la Universidad Nacional Autónoma de México.

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A continuación, cinco poemas de Ungaretti:

POESÍA

Los días y las noches
tocan
en mis nervios
de arpa

vivo de mi alegría
enferma de universo
y sufro
por no saberla
encender
en mis
palabras

(Poema suelto datado de 1916. Traducción de Giovanni Cantieri)

 

SAN MARTÍN DEL CARSO

De estas casas
no ha quedado
más que algún
pedazo de muro

De tantos
a quienes estaba unido
no ha quedado
ni siquiera eso

Pero en el corazón
ninguna cruz falta

Mi corazón
es el país más devastado

 

(En Il porto sepolto [1916]. Traducción de Raúl Zurita)

 

PLACER

Ardo con la
fiebre
de este torrente de luz

Doy la bienvenida a este
día como
a dulcificante fruta

Esta noche
sentiré
remordimiento como un
alarido
perdido en el
desierto

 

(En Allegria di naufragi [1919]. Traducción de Rafael Díaz Borbón)

 

QUIETUD

Las uvas maduras, el campo arado.

La colina se recorta en las nubes.

En los espejos polvorientos del verano
la sombra ha caído.

Entre los dedos inciertos
su destello es claro
y distante.

Con las golondrinas vuela
la última angustia.

 

(En L’allegria [1931]. Traducción de Rafael Díaz Borbón)

 

LA MADRE

Y cuando el corazón de un último latido
haya hecho caer el muro de sombra,
para conducirme, madre, hasta el Señor,
como una vez me darás la mano.

De rodillas, decidida,
serás una estatua delante del Eterno,
como ya te veía
cuando estabas todavía en la vida.

Alzarás temblorosa los viejos brazos,
como cuando expiraste
diciendo: Dios mío, heme aquí.

Y sólo cuando me haya perdonado
te entrarán deseos de mirarme.

Recordarás haberme esperado tanto
y tendrás en los ojos un rápido suspiro.

 

(En Sentimento del tempo [1933]. Traducción de Jesús López Pacheco)

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