Por: José Luis Jaramillo Vela

 

Antecedentes

 

Ya en la anterior reseña, hablamos de como durante los tres años que duró la Guerra de Reforma, un grupo de conservadores mexicanos negociaron con Napoleón III de Francia y Maximiliano de Habsburgo, la invasión a nuestro país y la instalación de la Casa de Habsburgo como el Segundo Imperio Mexicano. En realidad, a Napoleón III todo esto le vino como anillo al dedo al invadir a México con el pretexto de loa deudos del Gobierno de Juárez con varios países, porque su objetivo real era invadir a Estados Unidos

 

Tratados de Miramar

 

Desde marzo de 1864, en el Palacio de las Tullerías en París, Napoleón III Bonaparte y Maximiliano comenzaron a trabajar en los puntos del tratado; el 10 de abril de 1864 justo antes de partir hacia México para hacerse cargo como Emperador, Maximiliano (cuyo nombre real era Ferdinand Maximilian Joseph María von Habsburg-Lothringen) y su esposa Carlota de Bélgica (cuyo nombre real era María Carlota Amelia Augusta Victoria Clementina Leopoldina de Sajonia-Coburgo y Gotha, Princesa de Bélgica, Archiduquesa de Austria, Princesa de Hungría y Bohemia, Virreina de Lombardía-Véneto y Emperatriz Consorte de México), firmaron con Napoleón III Bonaparte los Tratados de Miramar, justo en el Castillo de Miramar en Trieste, Italia, propiedad de Maximiliano.

 

En este Tratado de Miramar se establecían entre otras cosas, el compromiso por parte de Napoleón III de enviar 25 mil soldados, incluidos 8 mil de la Legión Extranjera para sumarse a las tropas francesas que ya tenían invadido a México; también de otorgar un crédito por 270 millones de pesos al Segundo Imperio Mexicano, para los gastos de movilización de todas las tropas francesas desde Europa y África hacia México, así como los gastos para su distribución en el territorio nacional y los pagos de sus sueldos. Además, los 8 mil soldados de la Legión Extranjera quedaban exclusivamente bajo la nómina del Imperio Mexicano mientras estuvieran operando en México. Napoleón III también se comprometía a ir retirando tropas en la medida que Maximiliano fuera asentándose en el trono y pudiera ir conformando su propio Ejército Imperial y se comprometía también a que por ningún motivo dejaría desprotegido militarmente al Imperio Mexicano para atender otro conflicto.

 

Despertó el Tigre

 

El 9 de abril de 1865, para la mala fortuna de Napoleón III, termina la Guerra de Secesión en los Estados Unidos, de la que salieron más fortalecidos, de manera que un año después ya eran otra vez una superpotencia. En 1866, en vista que no existían relaciones diplomáticas entre ambos países desde 1835, el Presidente Andrew Johnson envía a París a su Secretario de Estado, Williiam H. Seward, con la instrucción de entregarle una carta a Napoleón III y expresarle de viva voz un “Fuerte reclamo a usted y a su Gobierno”, en el sentido de que el Gobierno de Estados Unidos sabía de los planes de Francia para invadirlos desde México por vía terrestre y desde Bahamas por vía marítima, aprovechando su vulnerable situación debido a su guerra civil; también le hicieron saber “el profundo desagrado” con que los Estados Unidos veían la intervención francesa en México; y para rematar el mensaje, el Secretario Seward le hizo saber a Napoleón III, que “El Gobierno de los Estados Unidos de América le exige que de manera inmediata retire a sus ejércitos de México, ya que en caso de no hacerlo, Estados Unidos y sus Aliados le declararán la guerra a su país”. De ese tamaño era el enojo y la molestia de Estados Unidos contra Napoleón III y de ese tamaño fué el reclamo y la amenaza que hasta el propio Palacio de Versalles fueron a hacerle los gringos al pomadoso Emperador Napoleón III Bonaparte.

 

En aquella época, el único aliado y amigo de Estados Unidos era el Imperio Ruso, que era otra potencia con la que nadie quería tener problemas, por lo que Napoleón III al sopesar la situación y ver que contra estas dos potencias, no solo iba a perder la guerra, sino a Francia completa, por lo tanto, retira todas sus tropas de México y desconoce el Tratado de Miramar, dejando sólo a Maximiliano, quien envía a su esposa, la Emperatriz Carlota a París a tratar de convencer a Napoleón de no retirar las tropas, pero éste ni siquiera la quiso recibir, incluso se dice que ordenó fuera sacada del Palacio de Versalles.

Ahora sí, Maximiliano estaba completamente solo frente a Benito Juárez, quien ve aquí su gran oportunidad para deshacerse de Maximiliano.

 

El Sitio de Querétaro

 

Una vez retirado Napoleón III y sus tropas de México, el gobierno del Presidente Benito Juárez se reorganiza para tratar de derrocar a Maximiliano, pronto se le unen cuatro grandes ejércitos: el Ejército del Norte, encabezado por el General Mariano Escobedo; el Ejército del Centro al mando del General Vicente Riva Palacio; el Ejército de Occidente al mando del General Ramón Corona y el Ejército de Oriente bajo las órdenes del General Porfirio Díaz. Entre todos estos ejércitos ponen a las órdenes del Presidente Juárez un estado de fuerza de más de cuarenta mil hombres que Juárez de inmediato reorganizó en un solo Ejército Republicano, con sus respectivas divisiones de Caballería, Infantería, Artillería y una tropa especial de reserva.

 

Por su parte, Maximiliano se aferraba al trono y buscaba reunir un ejército para defender su imperio. Por lo pronto tenía nueve mil soldados franceses de la Legión Extranjera que aunque eran extranjeros, al estar bajo la nómina del Imperio, no se los pudo llevar Napoleón; el General francés Gustave Lyon Niox, que junto con un total de cinco mil soldados franceses habían desertado de Napoleón y decidieron quedarse en México, se ponen a las órdenes de Maximiliano, más otros diez mil soldados mexicanos que aportaron los Generales Miguel Miramón, Tomás Mejía y Leonardo Márquez; luego se le unen más simpatizantes ya que Maximiliano había comenzado a ser querido y respetado en la zona del Bajío, en Guanajuato, Querétaro, Puebla y la Ciudad de México, llegando a un estado de fuerza de unos 29 mil hombres.

 

Las ciudades de Puebla, México y Querétaro estaban en poder de Maximiliano quien comete un error al trasladar en febrero de 1867 la Capital del Imperio a Querétaro, con esto, Juárez ve la oportunidad que estaba esperando y se lanza a derrocar a Maximiliano. En los primeros días de abril, Juárez envía a Porfirio Díaz a recuperar Puebla, ahí se enfrenta al General Leonardo Márquez, (a quien ya había derrotado en 1862 durante la Batalla de Puebla); Díaz vuelve a derrotar a Márquez, recuperando Puebla y Márquez huye a la Ciudad de México, donde se atrinchera junto con las tropas imperialistas que estaban ahí al mando del General Santiago Vidaurri.

 

En medio de esta crisis, habiendo perdido Puebla, estando sitiado su ejército en Querétaro y Ciudad de México, Maximiliano de una manera irresponsable para su causa se le ocurre el 10 de abril ofrecer una fiesta para celebrar el tercer aniversario de su Imperio, mientras afuera, Juárez estaba a punto de derrocarlo. Este hecho irresponsable y fuera de toda lógica, sorprendió incluso a Juárez y sus Generales; simplemente les quedaba claro que Maximiliano ya no estaba en sus cabales.

 

El 12 de abril, el General Porfirio Díaz rodea la Ciudad de México con quince mil hombres, ahí estaba el General Santiago Vidaurri encargado por Maximiliano de cuidar la plaza y el General Leonardo Márquez que venía huyendo tras haber perdido la plaza de Puebla, ninguno de estos dos dió aviso a Maximiliano, ni de que se había perdido Puebla ni de que estaba rodeada la Ciudad de México. Como resultado, Porfirio Díaz vuelve a derrotar a Leonardo Márquez junto con Santiago Vidaurri y recupera la Ciudad de México para el Ejército Republicano.

 

En Querétaro, la cosa estaba peor, sitiada la ciudad, incomunicado Maximiliano y ya con una grave escasez de víveres y municiones, intentaron romper el cerco de las tropas republicanas, pero les fue imposible, estaban totalmente sitiados. Maximiliano se entera de la caída de Puebla y la Ciudad de México porque se lo mandan informar las mismas tropas republicanas; mientras tanto el Gobierno todavía itinerante de Benito Juárez, se había establecido en San Luis Potosí, a la espera de la caída de Querétaro y del Imperio de Maximiliano.

 

El 27 de abril, en un segundo intento por romper el cerco republicano y que fue considerado como un verdadero tratado de estrategia y de arrojo militar de aquella época por parte del General mexicano Miguel Miramón, conservador al servicio del Imperio de Maximiliano, con una fuerza de 2800 hombres, demuestra sus grandes dotes de militar; en la Batalla del Cimatario, atacó el cerco de diez mil hombres establecido por el General Republicano Mariano Escobedo. Miramón hace una maniobra de engaño de rotación de tropas, es decir, como si se estuvieran retirando del lugar para que entraran otras, apoyado por los Generales Austríacos Félix de Salm-Salm, Alberto von Hans, Samuel Basch y Karl Khevenhüller, logran romper el cerco en el sector encomendado al General Ramón Corona y su Ejército de Occidente, derrotando a los Republicanos que caen en el engaño.

 

Después de esta acción militar, en la que el Ejército Imperial logró romper una parte del cerco republicano y ponerlos en ridículo, el General Porfirio Díaz le sugiere al Presidente Juárez hacer cambios en los mandos del Ejército Republicano, recomendando designar al General Gerónimo Treviño como Jefe del Estado Mayor del General Mariano Escobedo y al General Ramón Corona sustituirlo por el General Sóstenes Rocha y de esta manera, un sitio y un asedio de cuarenta mil hombres contra nueve mil, que ya tenía setenta y un días, se resolvió en quince días. Con esto, el General Porfirio Díaz se ganó la total confianza de su paisano el Presidente Benito Juárez.

 

El General Mariano Escobedo, Jefe del Ejército Republicano y encargado del Sitio de Querétaro, sabía que era cuestión de días para que cayera Maximiliano y su gente, la falta de víveres, municiones y agua empezaban a bajar la moral y la disciplina de los soldados imperialistas. El día 14 de mayo al caer la tarde, el General Escobedo realizaba un recorrido por el frente de batalla cuando es informado de que en el puesto de control de la guardia en turno está un emisario de Maximiliano y que desea hablar con él; al llegar al puesto, Escobedo se da cuenta de que se trata del Coronel Miguel López, quien le solicita hablar en privado pues trae un mensaje personal del Emperador Maximiliano, Escobedo hace retirar a todos sus ayudantes y al quedar en privado le dice: “Yo lo que creo es que usted es un desertor de su ejército y trata de abandonar la plaza y eso es una cobardía, si es así lo voy a fusilar”; el Coronel Miguel López le responde: “No mi General Escobedo, no soy ningún desertor, realmente traigo para usted un mensaje del Emperador Maximiliano”.

 

La caída de Maximiliano

 

El Coronel Miguel López le dice al General Escobedo que el Emperador Maximiliano no desea que se derrame más sangre de los mexicanos, por lo que solicita le sea concedido abandonar la plaza de Querétaro y salir con sus ayudantes mas cercanos, y ser escoltados hasta Veracruz, donde ya los espera un buque para partir a Europa y que empeña su palabra del más alto honor, de no volver jamás a pisar suelo mexicano; también solicita Maximiliano que ésta salida no sea considerada como un abandono, puesto que para ello ya el General Santiago Vidaurri tiene en su poder la abdicación firmada por él, para que su salida pareciera una abdicación al trono.

 

La respuesta del General Escobedo fue en términos estrictamente militares: “Las órdenes que tengo del Supremo Gobierno Mexicano son terminantes, no se acepta ningún trato que no sea la rendición total y la entrega de la plaza sin condiciones”. El Coronel López le responde que en vista de la negativa, que ya suponían, la respuesta de Maximiliano es que conocida la valía y el prestigio de sus generales, entonces iba a forzar la guerra para defender con todo su ejército al Imperio Mexicano e iba a derramarse mucha sangre mexicana. Esa respuesta del Coronel López, a Escobedo le pareció demasiado altiva y soberbia y le responde: ”Mire Coronel, no se haga pendejo ni me quiera ver a mí la cara, perfectamente sabemos las condiciones de sed, hambre y falta de municiones de sus nueve mil hombres, ellos están deseando no pelear, sino salirse de ahí, y si su emperador insiste en ir a la guerra, no habrá tal, simplemente vamos a abrir el cerco, vamos a permitir salir a todos sus soldados y una vez afuera, vamos a caer con todo el peso de nuestro ejército sobre su emperador y su séquito, así que la única sangre derramada será la de ellos”.

 

Después de esto, el General Escobedo dió por terminada la entrevista, conminó al Coronel López a retirarse y llevar las respuestas a Maximiliano, pero López no se retiraba y Escobedo notó que había algo más que López quería decirle, pero tal vez no se atrevía; “¡Si tiene algo más que agregar, hable!”, ordenó Escobedo y entonces el Coronel López empezó a contarle la triste realidad: la verdad era que Maximiliano ya no podía ni quería continuar con la defensa de Querétaro, y algo que sorprendió a Escobedo, fue escuchar de López que ya sus propios generales no obedecían sus órdenes y hacían lo que ellos consideraban mejor; también contó el Coronel Miguel López que tenía la instrucción de Maximiliano de decirle que a las tres de la mañana él iba a ordenar a sus tropas reunirse en el panteón, esperando que sus generales acataran la instrucción, para él quedarse en el Convento de La Cruz, donde se entregaría para no derramar más sangre.

 

El General Escobedo quedó atónito, no podía creer lo que estaba escuchando; “¿Cómo puedo fiarme de usted y no pensar que es una emboscada?” preguntó Escobedo, acto seguido el Coronel López le mostró un escrito de puño y letra y firmado por Maximiliano, cuyo texto decía: “Mi querido Coronel López: Os recomiendo guardar profundo sigilo sobre la comisión que para el General Escobedo os he encargado, pues si se divulga, quedará mancillado mi honor” Vuestro afectísimo Maximiliano. Después de leerlo, a Escobedo ya no le quedaron dudas sobre la sinceridad de López, y le dijo: “Coronel López, tiene usted todos mis respetos, su lealtad es inquebrantable, venir con esa misión sabiendo que al final a ojos de todos usted va parecer como traidor a Maximiliano, no le garantizo mi silencio perpetuo, sé que lo van a tachar de traidor y en algún momento de algún tiempo, yo contaré la verdad de lo que aquí pasó”.

 

De inmediato el General Escobedo ordenó lo necesario para tomar por asalto el Convento de La Cruz y tomar prisionero a Maximiliano; el General Francisco Vélez estaría al mando de la operación, acompañado del General Pedro Yépez, General Feliciano Chavarría, Coronel Carlos Margáin y el Teniente Coronel Agustín Lozano, quien estaría informando a Escobedo lo que estaba sucediendo; mientras el General Escobedo y el General Sóstenes Rocha, estarían al frente del resto de las tropas, cuidando los flancos por si era necesario apoyar adentro de la ciudad, o de mantener el cerco. La orden de Escobedo era hacer prisionero de guerra a Maximiliano, tratarlo con todas las consideraciones y llevarlo a su presencia para ser encarcelado.

 

Para que pudieran entrar a Querétaro las tropas designadas para la operación de asalto, los Generales Escobedo y Rocha crearon un distractor, abriendo fuego en los cerros de los alrededores, así las fuerzas imperialistas estarán distraídas en ocuparse de averiguar que estaba pasando; este distractor provocó un caos en los imperialistas, esto permitió que la sección de caballería republicana asaltara El Convento de La Cruz, tomando prisionero a Maximiliano, quien entregó su espada, rindiéndose sin condiciones, al igual que sus más allegados; fue una operación militar muy precisa, muy rápida y muy violenta, fueron acribillados todos los soldados de la Legión Extranjera que custodiaban El Convento de La Cruz. A las seis de la mañana del 15 de mayo de 1867, el Presidente Benito Juárez, en San Luis Potosí, recibe un telegrama que dice lo siguiente : “Señor Presidente de la República, se le rinde el siguiente parte de novedades: El Ejército Republicano ha recuperado la ciudad de Querétaro; que el Ejército Imperial se ha rendido en su totalidad, mandos y tropa, sin condiciones; que Maximiliano de Habsburgo está en poder del Ejército Republicano como prisionero de guerra y que se ha consumado la caída del Segundo Imperio Mexicano. Atte. General de División Mariano Escobedo de la Peña.

 

Después de la captura de Maximiliano, varias voces se manifestaron para interceder por su vida ante Juárez, como el Canciller de Alemania y Prusia, Otto von Bismarck, la Reina de España Isabel II de Borbón, el poeta y dramaturgo español José Zorrilla, el reconocido pintor francés Edouard Manet y el dramaturgo francés Víctor Hugo, quien le escribió una carta al Presidente Juárez solicitando el perdón para Maximiliano, pero Juárez fué inflexible, implacable y sin ninguna conmiseración.

 

Final Trágico

 

El 16 de junio de 1867, en el Teatro Iturbide de Querétaro se llevó a cabo el juicio de Ferdinand Maximillian Joseph Marie von Habsburg-Lothringen y de los Generales Miguel Gregorio de la Luz Atenógenes Miramón y Tarelo y José Tomás de la Luz Mejía Camacho, bajo los cargos de delitos contra la nación, la paz pública y las garantías individuales, así como causar y prolongar una guerra civil; Miramón y Mejía además enfrentaron cargos por traición a la patria. Fueron hallados culpables y sentenciados a morir por las armas.

 

Finalmente, el 19 de junio de 1867, a las ocho de la mañana y al pie del Cerro de Las Campanas, en las afueras de Querétaro, fueron fusilados Maximiliano y los Generales Miramón y Mejía. Al centro colocaron a Maximiliano debido a su jerarquía de Príncipe, a su derecha Miramón y a su izquierda Mejía; entonces Maximiliano se desplaza a su derecha y jala a Miramón hacia el centro, diciendo: “El General Miramón es el hombre más valiente que haya conocido, merece el honor de morir al centro”. Las últimas palabras de Maximiliano fueron: “Voy a morir por una causa justa, la Independencia y la Libertad de México. Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria. ¡Viva México!”.

 

La noticia en la prensa europea del fusilamiento del Príncipe Maximiliano cimbró a toda Europa, debido a la gran cantidad de monarquías existentes y le acarreó duras críticas al Presidente Juárez y su Gobierno. Por su parte, Juárez sin dejar su tono inmisericorde e inflexible escribió casi a manera de respuesta: “Hoy el extranjero que nos oprimía y ultrajaba está afligido por la pérdida de uno de los suyos; el motivo por el que decidí terminar con la vida de Maximiliano, fue para demostrar al mundo que ninguna Casa Imperial podrá acabar con la soberanía nacional”

 

Acto seguido, se procedió a reinstalar el Gobierno Republicano.

 

Fuentes Bibliográficas:

+ inehrm.gob.mx

+ www.gob.mx/sedena

+ mediateca.inah.gob.mx

+ imer.mx

+ hmong.es

+ mexicodesconocido.com.mx

+ mundonuestro.mx

+ memoriapoliticademexico.org

+ lavanguardia.cominfobae.com

+ www.gob.mx/agn

+ wikipedia

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