PABLO HIRIART PAUSA.MX

Buenos Aires.- Si algo hay que criticar a los argentinos es una sola cosa y nada más: por Dios que votan mal. Ahí está la razón de sus desgracias.

Durante la guerra de Las Malvinas, en 1982, el reportero mexicano Guillermo Pérez Verduzco le preguntó al presidente de facto Leopoldo Galtieri: ustedes tienen todo, comen bien, visten bien, ¿qué les falta para ser felices?

La respuesta está en que votan muy mal, reinciden, se van al extremo y enloquecen en las casillas electorales.

 

Eligen como gobernantes a “protectores de los pobres” que con su demagogia e ineptitud “no les han dejado ni el pucho (cigarrillo) en la oreja” (tango Malevaje).

En la provincia de Buenos Aires (equivalente al Edomex), hasta hace dos semanas una gigantesca cantera de votos para el kirchnerismo, 42 por ciento de las viviendas no tiene drenaje y 25 por ciento carece de agua.

Para conjurar los errores del populismo estatista, se van al otro extremo. Y ante nuevos fracasos pasan de los errores a los horrores. Generales ignorantes que matan o desaparecen a decenas de miles de personas, someten a los argentinos a sobrevivir en “un frío cruel que es peor que el odio” (tango Uno).

Estas semanas de cobertura de las elecciones argentinas nos reunimos en Buenos Aires tres amigos de la adolescencia y juventud, uno es abogado que vive en Chile, otro es médico que radica en España, y yo, mexicano. Los tres de la misma ciudad rural del sur chileno, y ahora los tres tenemos nacionalidades diferentes.

La diáspora no fue por casualidad. Al inicio de la dictadura de Augusto Pinochet, a uno lo torturaron el Ejército, Carabineros y la Fuerza Aérea. Al otro, Carabineros y la Fuerza Aérea. Ninguno había tomado las armas ni cometido algún delito, por pequeño que fuera. Los tres éramos menores de edad.

Esta digresión tiene dedicatoria para los que hablan de “los tiempos de la dictadura del PRI en México”. No tienen la menor idea de lo que es una dictadura. Compraron completa la tontería que una vez dijo Mario Vargas Llosa de la “dictadura perfecta” y no prestaron atención al desmentido que le hizo, en aquella ocasión, Octavio Paz.

Volvamos a Argentina. Qué gente tan cordial, conversadora, cálida, sensible a las expresiones culturales. No conocen la trivialidad ni cuando hablan de temas que parecen menores.

Para ellos nada es irrelevante. Ni el ajedrez ni el asado ni la elección de la directiva de Boca. Hay calles con teatros en ambos lados. El Colón tiene un semillero de músicos y ahí vi debutar a una directora, sopranos, mezzosopranos, tenores y barítonos, en una función maravillosa, con el teatro lleno que aplaudió de pie las arias de óperas de Bellini, Verdi, Donizetti y Bizet que interpretaron.

Hay tanguerías para turistas, buenísimas, y otras a las que van los habitués donde bailan o ven bailar un rato, se toman una cerveza o un tinto y se van. Desde que se anunció que hoy jueves 30 estará Susana Rinaldi (87 años), en un teatro de la calle Corrientes, se agotaron los boletos.

El taxista que uno encuentre, la encargada de la lavandería, el recepcionista de un hotel, todos los personajes de la calle son “una mezcla milagrosa de sabihondos y suicidas… (de los que) yo aprendí filosofía, dados, timba” (tango Cafetín de Buenos Aires) en esta cobertura de casi un mes.

Con razón de aquí salieron Borges y Gardel, Sabato y Maradona, Barenboin y Lio Messi. Saben vivir.

A la última ciudad del mundo viajé el viernes, Ushuaia.

Casi todo el vuelo, de 3:45 horas, la gente cantaba esos coros que uno a veces oye en los estadios o en los mítines políticos, aunque en esta ocasión era para animar a los integrantes de una banda de rock (La Renga) que viajaba en el avión.

Era gente de todas las edades. Cantaban. Coreaban. Llevaban el ritmo con las palmas de las manos como si se conocieran desde hace años. “¿Cómo que no conocés a La Renga, che? Son como el TRI”, me dijeron. Y en lugar de ignorar al que no sabe, explican e integran al extraño con plática sobre la reciente visita de Luis Miguel a la Argentina.

El aeropuerto de Ushuaia está junto al canal de Beagle, y del otro lado del canal se ve Chile, de donde era uno de los maestros de Luis Miguel, me explican, que lo introdujo al mundo de los boleros, Lucho Gatica.

El canal se llama así en honor de la mítica embarcación en la que Charles Darwin recorrió estos lugares donde obtuvo evidencias que fueron la base de su teoría de la evolución, y escribió (profecía y maldición, pienso) en su diario que “antiguamente (este continente) debió estar poblado por grandes monstruos, y ahora sólo encontramos meros pigmeos comparados con las razas que los antecedieron”.

Ushuaia tiene 83 mil habitantes y para el concierto de La Renga llegaron, de sopetón, 25 mil personas de todos los confines de la Tierra del Fuego. No había un lugar disponible en ningún hotel ni hostería. El municipio puso baños portátiles y la gente dormía en tiendas de campaña, en la calle, con un viento polar. Literal. No había penas. Cantaban. Eran de todas las edades, incluyendo a los integrantes de la banda, muy arriba de los 50 casi todos, o tal vez de los 60.

De regreso en Buenos Aires se vuelven a ver las luces de las amplias avenidas (de ocho y 10 carriles) y uno se pierde en el trajín acogedor de las noches porteñas, con el gozo de sentirse bien tratado aunque no hable con nadie.

“A veces el mundo no nos llega por lo que los sentidos nos transmiten, sino de un modo, quizá, misterioso, que no puedo razonar”, dijo Borges en una entrevista.

Saben vivir, sin duda.

Lo que no saben es votar. Y en el pecado llevan la penitencia.

Se les desea suerte.

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