Algo que tienen en común los movimientos políticos que se proponen “transformar la realidad” es que todos terminan recurriendo al canibalismo. Luego de deshacerse de sus enemigos históricos, se desata una lucha interna, supuestamente inspirada en la defensa de la pureza moral de sus causas, pero que no es otra cosa que la pelea por el poder.

Dichas purgas recurren a pretextos como la “traición”, el “revisionismo” o la “desviación”, es decir, el alejamiento de los principios originales. Y quienes resultan marcados con esas etiquetas son hechos a un lado, estigmatizados, expulsados del paraíso terrenal que el líder del movimiento dice haber creado.

En casos extremos, los apóstatas han sido exiliados, encarcelados, torturados, asesinados u orillados a suicidarse. A veces se les ha obligado a retractarse de sus “pecados”, aunque eso no garantiza que se les levante el castigo.

Hay muchos ejemplos de esto en la historia. Como el Gran Terror, la campaña que lanzó en 1937 el líder soviético José Stalin para acabar con cualquier oposición interna, en la que terminó fusilado, entre cientos de miles, Nikolái Bujarin, compañero de Lenin en la Revolución de Octubre y quien ayudó a Stalin a alcanzar la cima.

En 1966, el presidente chino Mao Zedong impulsó la llamada Revolución Cultural, con la cual monopolizó el mando y se deshizo de sus rivales, entre ellos Liu Shaoqi, el número dos del régimen, señalado como “traidor” y “roedor capitalista”.

La Revolución Cubana, triunfante en 1959, ha sido otro Saturno devorador de sus propios hijos, como diría Georges-Jacques Danton, el revolucionario francés guillotinado por sus compañeros. De los 106 comandantes originales del movimiento, sólo quedaban 64 para 1961. Algunos fueron fusilados, como Humberto Sorí Marín, primer ministro de Agricultura del régimen y redactor de las leyes del Ejército Rebelde, y William Morgan. Las purgas, que solidificaron el poder de Fidel Castro, han continuado bajo el mandato de su hermano Raúl y del actual presidente Miguel Díaz-Canel.

La Revolución Mexicana recurrió igualmente a la purga. El general Francisco Serrano fue asesinado en Huitzilac, Morelos, en octubre de 1927, cuando pretendía disputar la Presidencia a Álvaro Obregón. Víctimas de las balas cayeron también Venustiano CarranzaFrancisco VillaEmiliano Zapata y el propio Obregón. Esos ajustes de cuentas en la lucha por el poder se mantuvieron bien entrados los años 40, a pesar de las reglas que estableció Plutarco Elías Calles en 1929 para que los revolucionarios dejaran de matarse entre ellos.

Maestra de la purga fue la Revolución Francesa. Durante el llamado Reino del Terror, luego de la creación de la Primera República, en 1792, se llevaron a cabo ejecuciones dictadas por el Comité de Salud Pública. Entre los condenados a muerte estuvo Danton, figura clave en el derrocamiento de la monarquía, ministro de Justicia del gobierno revolucionario, acusado de corrupción sin que se hubieran presentado pruebas en su contra.

Quizá era cuestión de tiempo para que aparecieran en el seno de la autodenominada Cuarta Transformación actos de intolerancia que recuerdan —al menos en espíritu— los casos arriba relatados. Reducida la oposición política a una irrelevancia casi completa, la lucha ha arreciado en las filas de Morena. El movimiento fundado y liderado por Andrés Manuel López Obrador requiere de su dosis diaria de pelea contra algún adversario. Si éste no existe, hay que inventarlo. Y el senador Ricardo Monreal está jugando actualmente ese papel.

Como ha sucedido en los casos señalados, el zacatecano es acusado de haberse desviado en el camino del Shangri-La que obedientemente recorren los obradoristas. Es el primero de los señalados, pero, no lo dude usted: conforme se acerquen los tiempos de la sucesión presidencial, habrá más.

Aunque por ahí algún fanático ha hablado de llevar al Cerro de las Campanas a quienes se oponen a los designios presidenciales, en estos tiempos no es tan fácil mandarlos fusilar y hasta presumirlo en la ONU, como hizo el Che Guevara en 1964. Sin descartar el uso del aparato judicial para someterlos a lo que quiere el grupo hegemónico, la sanción de hoy es la hoguera de las redes sociales. Cancelar la existencia digital de los “traidores” para que nadie vuelva a hablar de ellos.

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