Con cierta frecuencia, se dice que los tiempos de Dios son perfectos. Que en esta vida no hay fecha que no llegue ni plazo que no se cumpla. “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar ….”, reza una de las estrofas de la popular canción Cantares, misma que el cantautor español Juan Manuel Serrat se encargó de inmortalizar y que me parece idónea para iniciar un breve relato, el cual, deseo compartir con usted, mi estimado lector de ÍNDICE POLÍTICO, acerca de la inolvidable e inusitada experiencia que me tocó vivir en lo que fuera aquella hermosa y pacífica Ciudad de México, precisamente, a la mitad de los años 70´s, cuando transcurría el quinto año de la administración del licenciado Luis Echeverría Álvarez, presidente de la República durante el período 1970 – 1976, quien a los 100 años y 308 días, concluyó su ciclo de vida la noche del pasado viernes 8 de julio, en su casa de Cuernavaca, por cierto, rompiendo un récord al que ningún expresidente de México haya llegado… ¡Cumplir cien años de vida!!
Dice el dicho que cada quien habla de la feria como le va en ella, y para quien esto escribe, siendo un adolescente de 16 años de edad, tuvo la enorme oportunidad de convivir muy de cerca con el licenciado Echeverría, cuando se desempeñaba como presidente de la República. Pero fue convivir con un ser humano que me impresionó enormemente y del que aprendí mucho.
A manera de un sincero reconocimiento, a ese extraordinario ser humano que la vida me permitió conocer, con enorme tristeza, manifiesto el dolor que me invadió verme imposibilitado para ir a despedir al amigo en su último viaje, y todo, a causa de un deterioro en mi salud, causado por el COVID-19, teniendo que acatar, estrictamente, las indicaciones médicas para lograr recuperarme.
No cabe duda que la vida te da sorpresas, a veces, nos las propina de manera positiva, pero otras, sinceramente, llegamos hasta el grado de renegar haber nacido por lo complicado y sin poder encontrar la salida, pero lo más importante de ello, es asimilar lo vivido, y que, sin lugar a dudas, nos habrá de servir para seguir avanzando por la senda de la vida.
Proveniente de su natal Michoacán, a los 16 años de edad, por la mente de ese puberto que arribaba a la gran capital del país, trayendo consigo solamente el firme propósito y un sueño de que, algún día, pudiera llegar a convertirse en un periodista. El décimo tercer hijo de un humilde y destacado artesano michoacano, don Jesús Cázarez Solorio. Jamás imaginó que el destino le tenía preparado un enorme reto: Tener ante sí, a quien era el presidente de la República, como resultado de una auténtica batalla que desató un humilde puberto entre una televisora de avenida Chapultepec y el poder presidencial que se ejercía en aquel entonces y desde la Residencia Oficial de Los Pinos.
Vayamos pues, con esta singular historia….
Dice el refrán que: “No hay mal que por bien no venga” Sorprendido por el intempestivo retiro de la beca que le había otorgado el entonces gobernador del Estado de Michoacán, Servando Chávez Hernández, para que pudiera trasladarse a la Ciudad de México a estudiar la carrera de periodismo en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, ubicada en aquellos tiempos en la calle de Goldsmith, colonia Polanco, se dio a la tarea de buscar una casa de huéspedes cercana a la escuela en donde pudiera pernoctar y asearse. Gracias a la oportuna orientación y el apoyo incondicional que le brindó desde el primer día en que tuvo la suerte de entrevistarse con el prestigiado periodista Don Alejandro Avilés (QEPD), quien fungía como director de la Carlos Septién, pudo encontrar acomodo en una vieja casona de la calle Eugenio Sué.
A tan sólo seis meses de haber llegado a lo que se conocía como Distrito Federal, la capital del país, la cancelación de la beca que le había sido otorgada por el entonces gobernador de su estado fue un golpe brutal para su estabilidad emocional y de vida. Motivo por el cual, no solamente tuvo que suspender temporalmente sus estudios en la Carlos Septién, sino que tenía que aprender cómo emprender una lucha cruda y sin tregua para lograr la supervivencia y sin contar con familiares o conocidos en la Gran Urbe Mexicana.
Como miles de provincianos que llegaban al Distrito Federal en busca de mejores condiciones de vida, no quiso darse por vencido y optó por no regresar a su natal Michoacán, de esta manera, no le quedaba otra que sufrir en carne propia una mala decisión tomada. Tenía que resignarse a buscar un lugar para dormir, ya fuera en las bancas de la Alameda Central, en las sillas colocadas en las salas de espera de las terminales de autobuses ADO, que en aquellos años estaba muy cerca del Monumento a la Revolución o bien, en la terminal de los famosos autobuses Tres Estrellas de Oro, en Fray Servando Teresa de Mier, pero eso sí, sin perder la fe que le permitiera continuar con fortaleza y soportar los estragos del hambre, al no tener prácticamente nada para comer, sentir pegadas las paredes del estómago ante la falta de alimentos. Lo único que tragaba, eran sus lágrimas de dolor y desesperación. Un chamaco de 16 años, solo ante el mundo e ignorado por la gente, a quienes les pedía un pedazo de pan y lo único que recibía a cambio, eran insultos y un desprecio total. Bien dice el refrán que no hay mal que dure cien años.
En uno de esos tantos días de largas e interminables caminatas por las calles de la capital del país, un sábado por la noche, al pasar frente a los enormes aparadores de la famosa tienda de muebles Viana, que estaba ubicada en Buenavista, un tanto atónito, se detuvo para ver un programa de televisión que le llamó mucho la atención: “El Gran Premio de los $64,000.00’’, magistralmente conducido por don Pedro Ferríz Santacruz. De inmediato, sus ojos brillaron de alegría y una idea invadió su mente…. ¡Ahí estaba la solución a su problema para poder continuar con sus estudios en la Carlos Septién García!!, pero también, para comer, vestir y tener un lugar donde alojarse.
Sin pérdida de tiempo, se metió a la tienda, solicitando a una de las empleadas le facilitaran una pluma y papel para anotar la dirección del famoso programa de concurso televisivo y poder inscribirse para concursar. Siempre, dueño de esa fe y la total seguridad que habría de ganar el Gran Premio de los $64,000.00. Quizás, era como si se hubiera encontrado la lámpara de Aladino. Al lunes siguiente, desde la Glorieta del Metro Insurgentes, caminó hasta la calle Matías Romero número 94 de la colonia del Valle, algo así como 8 kilómetros, hasta donde se encontraba la oficina del histórico programa “El Gran Premio de los $64,000.00”. Por espacio de casi tres horas en su largo andar y preguntar cómo llegar a la dirección anotada en aquel papel de estraza color café, durante el trayecto, en su mente, una y otra vez, se preguntaba… ¿Con qué tema iba a concursar?
Haciendo un minucioso análisis de los temas que otros participantes escogían, tales como la historia del deporte, la vida y obra de Beethoven, entre muchos otros más, este inquieto chamaco, quería concursar con el tema… ¡El de un personaje que estuviera vivo y que todo mundo lo identificara de inmediato!! Por su mente, desfilaron infinidad de personalidades tales como Mario Moreno Cantinflas, María Félix “La Doña, Francisco Gabilondo Soler “Cri Crí”, entre todas celebridades, había una que le taladraba la mente… “Vida, Obra y Trayectoria Política del presidente de la República Luis Echeverría Álvarez” … ¡Zaz!!, ese era el tema, además, era el quinto año de su gobierno.
Al llegar a su destino, es recibido por el productor y director general del programa, el licenciado Rafael Riva Palacio, quien al enterarse que el atrevido adolescente quería poner en las pantallas de cristal, la vida y obra del presidente de la República en turno, le dijo: “Mira chamaquito, quizás y por tu corta edad, desconozcas que no solamente en la televisión, sino que también, en la radio, periódicos y revistas, tenemos estrictamente prohibido abordar tres temas: “La Virgen de Guadalupe, El Ejército Mexicano y el Presidente de la República”. Al cuestionarle ¿Por qué deseaba concursar en el programa?, pero, sobre todo, ¿En qué habría de utilizar el premio en caso de ganarlo? Tras escucharlo con paciencia, el licenciado Riva Palacio, director general y productor del programa, le recalcó que la única posibilidad para que pudiera participar, era que el propio presidente de la República, le llamara directamente a él, para otorgarle su beneplácito.
La tarea no era nada fácil. Uff, conseguir el permiso del presidente de México para poder concursar en El Gran Premio de los $64,000.00. ¡Estaba en chino!! Fue a buscar a su hermano, quien era Cadete del Heroico Colegio Militar, en aquellas legendarias instalaciones de Popotla, le comentó lo que estaba viviendo. De esta manera, fue como pudo encontrar un momentáneo acomodo en la casa de los papás de uno de sus compañeros del H. Colegio Militar, en la colonia Lindavista. Ahí, le proporcionaron uno de aquellos y voluminosos directorios telefónicos, lleno de optimismo, rápidamente, se puso a buscar la forma de establecer contacto con la oficina del presidente Echeverría.
Después de varios días, los intentos resultaban estériles, por fin, un lunes 3 de marzo de 1975, logró su inicial objetivo, comunicarse a la Dirección de Difusión y Relaciones Públicas de la Presidencia de la República, cuyo titular era Mauro Jiménez Lazcano, un periodista de la vieja guardia y que se desempeñaba como vocero del Primer Mandatario Mexicano, siendo atendido por su secretaria, la guapa y eficiente Cristina Gallardo, quien al saber la edad del imberbe y posible concursante, le demostró su afecto y confianza. Moviendo cielo, mar y tierra para que sus jefes inmediatos: Mauro Jiménez Lazcano y Fausto Zapata Loredo, responsables de la imagen del presidente en turno lo recibieran. Así como para que el propio presidente estuviera enterado y diera su visto bueno y pudiera concursar en aquel inolvidable programa de televisión.
A partir de ese momento, era luchar contracorriente. Tenía que convencer a los hombres cercanos a Luis Echeverría para que lo convencieran en dar su autorización y participar en El Gran Premio de los $64,000.00. Habían transcurrido un par de semanas desde que hizo el primer contacto con Los Pinos, hasta la casa de Lindavista, en donde permanecía en calidad de huésped, llegó una llamada telefónica proveniente de la Residencia Oficial de Los Pinos, del otro lado de la línea telefónica, estaba el licenciado Mauro Jiménez Lazcano para expresarle que: “El Señor Presidente Luis Echeverría, ya tiene conocimiento de tu petición y a la brevedad, te harán llegar una nota al respecto por parte del propio Jefe del Ejecutivo Federal”.
Un par de días más, el precoz michoacano, mientras se encontraba jugando en la calle “tochito” con cinco o seis amigos ocasionales y vecinos de donde le habían brindado un albergue provisional, llegaron dos motociclistas del entonces Estado Mayor Presidencial, al ver que se acercaban a ellos, se percatan que buscaban el número de la casa que había proporcionado para recibir alguna noticia procedente del presidente de México, al verificar el número correcto, uno de los oficiales motociclistas preguntaron si alguno de ellos conocía a Edmundo Cázarez, todos, pero tooodos, estiraron su brazo, con el dedo índice de su mano, lo señalaban con ese dedo acusador, como si fuera culpable de algún un delito.
Un oficial de apellido Legorreta, expresaba: “Vengo de la Residencia Oficial de Los Pinos, traigo para tí, un mensaje de parte del Señor Presidente Luis Echeverría” Totalmente incrédulo, y por qué no decirlo, totalmente sorprendido, temeroso y temblando como gato recién bañado, su única respuesta fue: “No mamen, si ustedes vienen de parte del presidente, nosotros, somos amigos de la Casa Blanca” Acto seguido, un oficial me entrega un pequeño sobre color blanco, que al abrirlo, descubro una pequeña tarjeta color blanco, escrita con su puño y letra, la cual, conservo hasta el día de hoy y en la que se lee: “Con un afectuoso saludo, te agradezco que hayas escogido el tema sobre mi trayectoria política para participar en el programa de TV, El Gran Premio de los $64,000.00. Me gustaría recibirte en Los Pinos y brindarte mayor información para que te documentes: Luis Echeverría.”
¡No lo podía creer!!… era el ¡Ábrete Sésamo!! De manera automática, de la oficina del productor de El Gran Premio de los $64,000.00, me hacían saber que mi participación estaba autorizada y que la fecha fijada era a partir del sábado 4 de octubre de 1975. Así es que, a partir de ese momento, me tenía que poner a estudiar a conciencia todo lo concerniente a la vida del presidente Luis Echeverría. ¡No tenía otra alternativa!!… Tenía que hacer un papel digno. Además, era la oportunidad de mi vida y frente al mismísimo presidente de la República, así es que no tenía de otra… ¡Tenía que chingarle!!
De esta manera, el sábado 8 de marzo, en punto de las 14:00 horas, era recibido en la Residencia Oficial de Los Pinos -la casa presidencial-, el acceso autorizado fue por la puerta 3, sobre avenida Chivatito. Al proporcionarle mi nombre a un elemento del también ya desaparecido Cuerpo de Guardias Presidenciales, mi nombre aparecía en una hoja de registro. Alcancé a percatarme que, exactamente a un lado de mi nombre, aparecían los nombres de todos mis hermanos, el de mis padres. No cabe duda, el área de inteligencia del extinto Estado Mayor Presidencial había hecho a la perfección su tarea, investigar todo lo concerniente al invitado especial del presidente de la República.
Una vez, estando dentro de las instalaciones de la Residencia Presidencial, un oficial del Estado Mayor Presidencial con grado de Mayor de Infantería, Rafael Macedo de la Concha, ayudante del C. Presidente, me conduce hasta el despacho presidencial. Acondicionado con muebles coloniales. Al costado derecho, un escritorio de madera con cubierta de cristal, desde donde el presidente de México, durante el periodo 1970- 1976, tomaba decisiones. Al fondo, una enorme fotografía a color de la pareja presidencial: Doña María Esther Zuno y Luis Echeverría Álvarez.
De pronto, por una puerta lateral, portando una guayabera color blanco y un pantalón de casimir gris Oxford, a pasos agigantados, el presidente de México se encaminaba hasta donde lo estaba esperando ese humilde puberto. Me levanto como resorte del sillón en donde permanecía sentado. Estirando su mano derecha para saludarme, el presidente me dice: “Hola joven Edmundo… ¡Aunque casi eres un niño!! Qué bueno que aceptaste venir a platicar conmigo. Voy llegando de una gira de trabajo por Acapulco con el Secretario de la Reforma Agraria, Augusto Gómez Villanueva. Le voy a pedir a mi hijo Benito, que tiene más o menos tu edad, sea el encargado de llevarte para que conozcas los Pinos. Asimismo, te va a llevar a una sala de proyecciones que tenemos aquí, para que veas algunos materiales fílmicos del trabajo que llevamos a cabo desde el primero de diciembre de 1970. Estoy seguro te habrán de servir mucho para que te documentes”
A decir verdad, tener frente a mí, al Presidente de la República, no me sentí intimidado ni nada por el estilo, al final de cuentas, era un hombre tan normal como cualquier otra persona. Pero me preguntaba por dentro: ¿Cuánta gente del todo el país quisiera estar en mi lugar en estos momentos, para exigirle un sinfín de cosas y pedirle ayuda? Lo que más me llamaba la atención del presidente, era que, en ningún momento, se expresaba en primera persona, es decir, “Yo hice esto. Yo inauguré o construí aquello”, al contario, en cada una de las cosas que me expresaba, siempre era en tercera persona “como nosotros”.
A escasos cinco minutos, hasta el despacho presidencial llega su séptimo hijo, Benito, a quien le dice: “Mira, Benito, este chico se llama Edmundo Cázarez, va a concursar en el programa de televisión “El Gran Premio de los $64,000.00”, con el tema “Actuación y Trayectoria Política del presidente Luis Echeverría”, quiero que lo lleves a conocer toda la residencia, pero también, que vea unos trabajos fílmicos en la sala de proyecciones y los esperamos comer”. Colocando su mano izquierda sobre mi hombro, el presidente me pregunta: “¿Te vas a quedar a comer con nosotros verdad?”, a lo que de inmediato le respondí: “Pues usted envió unos motociclistas a la casa en donde me estoy quedando provisionalmente, aquí traigo la tarjetita en donde me invitaba a comer”.
Antes de iniciar mi “tour” por la casa del poder presidencial, acompañado por su hijo. Ante la presencia de los entonces secretarios de Gobernación y Educación Pública, los licenciados Mario Moya Palencia y Víctor Bravo Ahuja, respectivamente, con voz fuerte, el presidente exclama: “Antes de que se vayan, Edmundo, quiero que me digas ¿Quién está detrás de ti?” Su pregunta, fulminante y con tono acusatorio, así de inmediato, se me hacía un tanto sin sentido. Volteo la cabeza hacía atrás de mi lado derecho, acto seguido, hago lo mismo del lado izquierdo, justo en donde se encontraba de pie, junto a mí, su hijo Benito y le respondo: ¡No hay nadie señor Presidente!!
Echeverría suelta una sonora carcajada y me dice… “A qué muchachito, está bien. Ya váyanse”
Durante el recorrido por los salones de Los Pinos y Casa Presidencial, Benito me explicaba que lo que su papá quería saber, era que le dijera quién o quiénes me habían aconsejado para que concursara en El Gran Premio de los $64 mil pesos, con el tema sobre su vida y obra. Por espacio de dos horas después de haber caminado por los inmensos jardines y visitado las instalaciones del Estado Mayor Presidencial en Molino del Rey. Concluimos el “tour”, en la sala de proyecciones, en donde pude ver diversas visitas presidenciales de Luis Echeverría a China, con Mao Tse Tung. Al Vaticano, donde fue recibido por el Papa Paulo VI. A Cuba, con una reunión muy amigable con Fidel Castro, así como infinidad de giras de trabajo por todo el país.
Poco antes de las 3 de la tarde, suena el teléfono rojo de la “red presidencial”, colocada justo a un lado del asiento en donde estaba Benito. Era su papá, avisándole que ya nos fuéramos a comer.
Al llegar al comedor de la casa presidencial, me percato que estaba finamente decorado, pero sin lujos exorbitantes, muebles y anaqueles de madera tradicionales de la cocina mexicana. Al centro del comedor, una mesa rectangular, en donde, uno a uno, fueron llegando los ochos hijos que procrearon el matrimonio Echeverría/Zuno. En un acto por demás de cortesía, antes de sentarnos a comer, el propio presidente de la República, tuvo a bien presentarme con sus hijos, explicándoles el motivo de mi visita y que era el invitado especial. En la mesa, no había absolutamente nadie más que la familia presidencial y su invitado.
A la cabeza de la mesa, estaba el lugar destinado al Jefe del Ejecutivo Federal, mi lugar, estaba junto a él. A mi lado derecho, siempre junto a mí, Benito. Del lado izquierdo de la mesa y frente a mí, estaba sentada la señora María Esther Zuno, una mujer extraordinaria, sencilla, amable y generosa. Los lugares contiguos, por ambos lados, los ocuparon sus hijos Luis Vicente, Álvaro, Rodolfo, Pablo, María Esther, María del Carmen y Adolfo. Para abrir boca, nos sirvieron unas deliciosas quesadillas de flor de calabaza, huitlacoche con quesillo, chicharrón y papa con queso. De beber, agua de Jamaica y Kiwi con fresa.
De pronto, se levanta Benito de la mesa y corre a una sala cercana, en cosa de un par de minutos, regresa trayendo consigo una grabadora portátil y me dice: “Toma Edmundo, para que grabes todo lo que te va a contar mi papá” Sin darnos oportunidad de nada, Echeverría le dice con tono de voz fuerte: “Nada que va a grabar, si acaso, tráele una libreta y una pluma para que anote”
Uff, cuando nos sirvieron el primer tiempo, una sopa de verduras con tapioca, el presidente me relataba que había nacido un 17 de enero de 1922 en la calle de Querétaro número siete de la colonia Roma. Así como sus datos generales y los de sus hermanos y padres. Apurado y como pude, recuerdo que engullí la sopa a toda prisa para no perder detalle y escribir correctamente el relato que me hacía el presidente de la República de manera exclusiva.
Cuando me sirven una pechuga de pollo rellena de mariscos en salsa de mango, sorpresivamente, la señora María Esther me dice: “Hijo, pásame tu plato para partir tu pechuga en pedacitos y puedas comer porque no vas a poder escribir y hacer todo….” ¡Qué honor!! La Primera Dama del país, me estaba dispensando una serie de atenciones para que pudiera comer. Por espacio de casi dos horas, entre otras muchas cosas, el presidente de México me contaba las aventuras de juventud que vivió a bordo de un barco pesquero que zarpó desde el puerto de Veracruz hacia Santiago de Chile y Argentina, junto con su gran amigo: José López Portillo, recalcándome, una y otra vez, que López Portillo sería el próximo presidente de la República, pero haciéndome la advertencia que no se lo podía contar a nadie. ¡Así fue!! Ese adolescente michoacano, era el primer mexicano en saber quién sería el próximo Presidente de México.
Una vez concluida la comida, Echeverría me pide que lo acompañe hasta su despacho, en donde ya lo esperaban el ingeniero Eugenio Méndez Docurro, entonces Secretario de Comunicaciones y Transportes; el licenciado Mario Moya Palencia, Secretario de Gobernación; el licenciado Fausto Zapata Loredo, Subsecretario de la Presidencia y el licenciado Juan José Bremer, que era su secretario particular. Me presenta a parte de su equipo de colaboradores, les indica que estuvieran muy atentos al desarrollo de mi participación en el programa de televisión, el cual, se transmitía todos los sábados a las ocho de la noche, a través de la señal del Canal 2, perteneciente de la naciente Televisa, después de la fusión de Televisión Independiente de México –TIM- Canal 8 y Telesistema Mexicano.
Echeverría me invita para que me siente en uno de los sillones frente a una mesa de trabajo de madera circular, color vino y con cubierta de piel. En presencia de los señores secretarios, con voz firme y fuerte, me pregunta: ¿Por qué escogiste el tema sobre la Actuación y trayectoria Política del Presidente? A lo que, simplemente, le respondo que yo consideraba que era muy importante que el pueblo en general, supiera quién era el hombre que nos gobernaba. Cómo se llevaba con sus hijos. Cómo era su vida privada, y no solamente como la máxima autoridad del país, que era lo único que aparecía tanto en periódicos, en la televisión y la radio, pero nunca, sabíamos con exactitud quién era el ser humano.
Dirigiéndose a los ahí presentes, con voz fuerte, Echeverría les dice…
-¡Carajo!!, este chamaco tiene apenas 16 años y su visión me sorprende, será un excelente jefe de prensa y publicista presidencial ¿Ya escuchaste Fausto? ¡Te puede quitar tu chamba… ehhh!!
Quizás, y aunque Echeverría se caracterizó por confiar plenamente en los jóvenes, me hace la siguiente pregunta: ¿Te gustaría ser diputado por Michoacán?… ¡Es tu natal Estado!!!
Sin pensarlo ni un segundo, mi respuesta fue un rotundo y tajante ¡NO!!, A lo que me replica. “¡Mira chamaquito!! ¿Te atreves decirle que no al presidente de la República?“ Mi respuesta nuevamente fue reiterativa y contundente: ¡No!! Señor Presidente, le vuelvo a repetir que, mi única ilusión, es llegar a ser un buen periodista.
Antes de despedirme, del presidente Echeverría, me expresa que ya le había dado instrucciones tanto Mauro Jiménez Lazcano y Fausto Zapato Loredo, para que me brindaran todo el apoyo y facilitaran la información necesaria para documentarme y hacer un buen papel durante mi participación en El Gran Premio. Por cierto, en voz baja, me dijo: “Cuando estés con Pedro Ferríz, por favor, dale este mensaje: Dice el presidente Echeverría, que, por favor, cuando entres a la cabina, te coloquen un “chicharito” (un audífono inalámbrico). Esto, te lo digo solo a tí, por si acaso te llegaras a equivocar, yo me comunico por teléfono y te digo la que debes de responder. Pero se lo dices ehhh”. Una indicación presidencial que no podía olvidar.
A partir de esa fecha y durante toda mi participación en el programa de televisión, prácticamente, estuve viviendo en Los Pinos, inclusive, tenía acceso a la biblioteca presidencial y cualquier funcionario del staff presidencial, me podía recibir de manera inmediata. Lo único malo, era un casi niño de 16 años y sin malicia. Mi trato con el presidente era constante, por cierto, y quizás, para “probarme” de que estaba estudiando su vida. De repetidamente, me llamaba hasta su despacho y me formulaba preguntas con fechas precisas tales como ¿Cuándo me reuní con el Papa Paulo VI? ¿Cuándo recibí a Pablo Neruda? ¿Cuándo fue mi primera intervención en la ONU?, etc.